Nuevamente estoy en el café de la calle Juncal, el que utilizo como espacio de preterapia. Faltan todavía algunos minutos para que Agustina se despida de Juliana, y se cruce fugazmente conmigo en el lobby del piso veintidós, para tomar el ascensor que la dejará en la planta baja, mientras yo ingreso al departamento con la urgencia de hablar sobre las nuevas andadas de mi otro yo.
Le pido otro cortado a la morocha, y también la cuenta. En la tele la Presidenta le habla otra vez al conurbano bonaerense. Reviso mi billetera, y separo algunos billetes para pagar la cuenta y la sesión. El reloj de la pared cuenta siete minutos para las siete. La morocha se acerca sonriente y deja sobre la mesa el cortado y la cuenta; le pago en ese momento, y sólo le guiño un ojo cuando me agradece la propina. Tomo el cortado en tres sorbos, el último de ellos mientras me pongo de pie; luego miro la mesa para asegurarme de que no me olvido nada. Doy media vuelta, y salgo a la calle.
No me cruzo con Agustina. Al entrar al departamento, Juliana me recibe con una sonrisa. Viste una pollera larga negra que le marca la cintura y que resalta sus piernas. Aborto de inmediato estos pensamientos y me acomodo rápidamente en el sillón. Ella toma asiento. Hay unos segundos de silencio y luego comienzo mi relato.
Realizo algunas pausas, contesto algunas dudas que surgen, y finalmente termino de decir lo que tenía para decir.
Silencio. Juliana me mira, y yo la miro; no dice nada. Espero.
Nada.
Entonces decido actuar
- Juliana, quisiera saber lo que pensás sobre lo que termino de contarte -digo- Sé que lo importante es lo que yo pienso, y lo que hago con lo que pienso; pero ahora, Juliana, en este momento, quiero saber lo que vos pensás, ¿puede ser? -y mi sonrisa es solo una mueca tensa.
Silencio, se mira la falda, cierra la agenda y la apoya sobre la mesa, recoge sus brazos, y finalmente me dice:
- Martín, tu enojo con esta situación es comprensible, sí. Pero, ¿no podríamos relacionarlo también como tu rechazo a tus propios alter egos, Martín, a tu fijación por la unicidad de tu personalidad?
No entiendo.
- ¿Qué otros alter egos, Juliana?
- Pensalo Martín, quizás valga la pena -dice, y la veo que va a tomar nuevamente su agenda. Entonces levanto un poco la voz, y digo:
- No te entiendo, Juliana. -ella detiene el movimiento de su brazo, endereza su postura, cambia el cruce de sus piernas, y luego dice
- Martín, yo veo en vos cierta tendencia a reafirmar exageradamente tu identidad, lo que me hace pensar... digo, permanentemente decís que sos Martín...
- Soy Martín, Juliana, ¿qué querés que diga?, no te entiendo...
- Pero Martín, no puede ser que recurras a esa afirmación permanentemente, a mi siempre me llamó la atención...
- ¿Qué cosa?
- Eso, Martín. Por ejemplo, hace más de dos años que nos conocemos, y nunca me dijiste tu apellido! Solo contestas eso, Martín...
Me quedo callado, y me cuesta creer lo que esta ocurriendo. Juliana me mira como con pena, mientras yo comienzo a sentir una víbora de ira trepando por mi esófago. Me acomodo en la silla, y le digo lentamente:
-Juliana, asi como hay gente que se apellida Juan, o Marcos, mi apellido es Martín. Anotalo en la agenda si querés, asi no te lo olvidas -me detengo, y luego digo- igual creo que es fácil de recordar: me llamo Martín Martín. Creo haberte comentado que mi padre eligió mi nombre, ¿no?
La expresión de Juliana se congela, presiente el cataclismo. No voy a tener compasión. Mi dedo la señala mientras digo
- Cuando te llamé por primera vez me presenté. "Hola soy Martín" te dije , "Martín, Martín... ¿qué?, " contestaste, y yo te aclaré "Martín Martín". Hiciste un silencio y me dijiste "Ok, Martín, entonces", y te reíste un poco, y te dije que sí, que así me llamaba todo el mundo. Pensé que me habías entendido. Veo que no fue así.
Juliana seguía mirándome petrificada. La víbora ya llegaba a mi garganta, mientras sentía como mis dientes mordian el labio inferior. Comencé a negar con la cabeza, estaba conteniéndome para no pegarle.
- Martín...-dijo, y se detuvo cuando me vio ponerme de pie. Se quedó sentada, mirándome con los ojos húmedos. No, no tendría piedad con ella.
- Juliana, ¿vos sos medio pelotuda, no? -le dije finalmente.
- Con más de dos años de terapia ¿nunca te diste cuenta de esto?¿jamás se te vino a la cabeza o lo relacionaste con las cosas que te conté?
Mientras me acercaba aun más a ella, sentía que mis ojos ardían y las lágrimas no caían por mis mejillas sino por mis sienes.
- ¿Me querés decir cómo carajos figuro yo en tu agenda?
Me incliné un poco para estar a su altura, y con mi cara casi pegada a la suya le grité
-¿Eh? ¿Qué soy?¿Martín a secas? ¿El Hombre Sin Apellido? ¿cómo carajos figuro yo en tu agenda, Juliana? ¿ Quién carajos soy? ¿Me querés decir quién carajos soy yo, Juliana?