Hay quienes pueden enamorarse por sorpresa, de a poco. No es mi caso: cómo el jugador que presiente que una carta es ganadora, o el yonqui que identifica sin equivoco la calidad de su droga, yo detecto las mujeres fatales a primera vista.
Las reconozco en el acto, sobresaliendo del resto; todo se vuelve blanco y negro, menos su figura, y veo sus movimientos en cámara lenta, en medio de un silencio absoluto. Quedo sumergido en ese estado hipnótico hasta que algún amigo me rescata, o hasta que aparece un hombre y la toma del brazo.
Así fue la última vez que me enamoré; la vi en medio de un grupo de conocidos y desconocidos, y yo no podía dejar de preguntarme quién era esa mujer, y cómo su belleza no perturbaba a nadie más a mi alrededor.
Pese a las bromas del Zurdo, estos ataques que sufro son sumamente infrecuentes. El amor es una droga dura -la uruguaya tiene razón-mejor andar con cuidado.