Recostado sobre el césped con los brazos en cruz, los ojos cerrados y los párpados incendiados de naranja, pienso en ella. Mi respiración es suave en su ir y venir, y el calor que acaricia mi cara me llena de bienestar. En esta paz repentina, pienso en ella; y me doy cuenta de que la extraño.
Abro los ojos y me incorporo. A unos metros algunos chicos juegan mientras sus padres los observan con ligera atención. La tranquilidad del domingo parece invadirlo todo.
Sonrío, me alegra saber que puedo extrañarla sin dolor. Me pongo de pie y camino hasta el extremo de la plaza. Compro un helado, y sin apuro busco un banco donde sentarme.
Un hombre le enseña a un niño cómo remontar un barrilete. El niño ríe y corre mirando hacia el cielo.
Sentado bajo la sombra de un árbol, disfruto del helado. Pienso en ella con alegría; sé que si estuviera aquí a mi lado, le diría que la quiero.