A pesar de saber lo patética que era mi situación, cerré la puerta del departamento de Juan conteniendo la risa.
_ No puedo más, Martín, me tenés harto -dijo a modo de resumen, luego de la pausa que precedió a su largo soliloquio.
Sí, finalmente había logrado sacar de las casillas a mi analista. Todo un record, sin dudas; de enterarse la mesa chica de Viena de esta nueva marca personal, sería el objetivo de sus burlas y comentarios por un largo tiempo.
El motivo de la exasperación de Juan, fue el surgimiento de un nuevo tema, en este caso, mi supuesta falta de determinación.
_ No, Martín, pará un poquito ¿otra vez necesitas revelar un nuevo misterio antes de actuar?
Ese fue la primera línea, la primer arcada, segundos después vomitó sobre mi el resto de su discurso, su frustración y su enojo acumulados.
Nos quedamos en silencio unos minutos, Juan me miraba con sus ojos bien abiertos, vacíos de respuestas, negando con su cabeza la existencia de una alternativa a esta situación; habíamos llegado a un punto sin retorno.
Nos pusimos de pie, dimos dos pasos y nos encontramos sobre la alfombra verde que tanto me gusta y sobre la cual bailaron mis pensamientos y mis recuerdos. Extendió su brazo y nos dimos un apretón de manos. Sus ojos estaban tristes.
_ Hacé de una vez lo que tengas que hacer, Martín -dijo.
Di media vuelta, y emprendí mi salida.
Ya no me quedaba nadie más a quién acudir.