Al llegar a Viena, Cortázar nos estaba esperando en la vereda, fumando un cigarrillo, apoyado contra una columna de luz. Me pareció que era la primera vez que lo veía a Cortázar en la vereda de Viena. Entró al bar antes de que nos bajáramos del auto, de modo que cuando cruzamos la puerta, ya estaba en nuestra mesa del fondo del salón junto a Moliné, Gatica y Esperanza.

_ Les dije que lo traeríamos de vuelta- soltó el Dandy orgulloso, mientras sacudía mi hombro con su mano.

_ Che, que no es un paquete- acotó Moliné, siempre correcto.

_ ¿No? –dudó el Negro, disparando algunas risas.

Me senté en la silla que me aguardaba, miré en rededor y dije:

_ Gracias – el Zurdo me guinó un ojo, alguien me palmeó en la nuca, el Dandy dijo:

_ Pero que sos boludo, eh… -mientras Cortázar comenzaba a servir las copas.

- En serio, gracias –repetí.

Y después sí, comencé a llorar.

No sabía si lloraba de alegría, o de emoción, si lloraba sólo para descargarme, pero con el correr de las lágrimas, me iba sintiendo mejor.

Finalmente me sequé la cara con la manga de la camisa, me puse de pie, y levanté mi copa. El brindis fue corto:

_ Salud! –dije, antes de que chocaran las copas.

Como era de esperar, pronto comenzaron las anécdotas, las preguntas cruzadas, la construcción de la historia, la hermosa deformación de lo ocurrido.

A mi me intrigaba saber una sola cosa:

_ ¿Cómo supieron que estaba en lo de la Cabra? –pregunté. Hubo un silencio, y en seguida el Zurdo se reacomodó en su silla y se preparó para hablar.

_ Nos avisaron –dijo primero, quizás esperando que esa fuera una respuesta suficiente, o tal vez, para ganar algo de tiempo y pensar la mejor manera de decir lo que tenía que decirme

_ Quién? Quién les aviso? –pregunté

_ El Buick –respondió secamente el Zurdo- el Buick me avisó ayer.

Mi cara de desconcierto evitó que tuviera que preguntar cómo carajos sabía el Buick de mi encuentro con la Cabra.

_ Hay algo que no sabés, Martín –comenzó a decir el Zurdo- antes de que vos la conocieras, el Buick era la mujer de Dmitry.-el silencio en la mesa fue total, el Zurdo hizo una pausa para que yo asimilara la novedad, y luego continuó su relato diciendo:

_ Después se pelearon, y vos apareciste en escena. A mi me llegó que él quiso volver en esa época, y que ella le echó flit; al parecer estaba enganchada con vos, Nene.

_ Ese es mi pollo –mumuró el Dandy, que bajó los ojos cuando el Zurdo lo miró severamente

_ Te decía, ella estaba muy metida con vos, por eso cuando desapareciste sin decirle nada…

_ La cagaste –completó el Dandy.

_ Vas a hablar vos o yo? –le recriminó el Zurdo al Dandy.

_ Al tiempo que te fuiste, el Buick volvió con Dmitry. Posiblemente Dmitry ya te había cobrado bronca a vos por ese entrevero, así también debe haberse enterado de tu desaparición. Después de lo de La Plata, vio que culpándote a vos mataba dos pájaros de un tiro: tapaba su error, y de paso se desquitaba con vos.

_ Hijo de puta –murmuró Joaquín, con la cara llena de asombro. El Zurdo asintió, compartiendo el comentario de Joaquín, y continuó diciendo:

_ De alguna manera, el Buick se enteró del plan de Dmitry y la Cabra, y por suerte, decidió avisarme. Yo hacia tiempo que sospechaba que esto iba a pasar tarde o temprano. Un amigo de la poli me pasó el dato del expediente, y entre todos planeamos el trabajo. Creímos que lo mejor era no decirte nada, no pensamos que te ibas a meter sólo en la boca del lobo.

_ ¡Qué bien que se portó el Buick, che! –exclamó Moliné

_ Sí. Para ser justos, estás acá en primer lugar gracias a ella –concluyo el Zurdo.

_ Yo no se qué le ven las minas a este mequetrefe –comentó el Dandy conteniendo la risa.

Alguien llenó nuevamente las copas, y una nueva serie de brindis comenzó -y continuó- hasta bien entrado el día.

Joaquín me llevó más tarde en su bala plateada hasta la puerta de mi edificio, al bajar me dijo:

_ Esta pudo haber salido mal, no? –lo miré y asentí.

_ A buen fin no hay mal principio, Martín –me recordó- además, vos sabés bien que lo importante, es vivir para contarla.

Sonreí, me despedí, cerré la puerta del auto y caminé hasta la puerta de entrada de mi edificio.

_ Vivir para contarla -me dije.