Finalmente, el optimismo me había abandonado. Desde mi regreso había estado esperando pacientemente a que algo ocurriera, pero las semanas se sucedían y comenzó a parecerme que todos actuaban como si nada hubiese pasado. Así, todos los días, cerca de las once, me acomodaba en la mesa chica de Viena a esperar la llegada de mis amigos, con la esperanza de que en algún momento se comenzara a hablar del asunto; pero no, indefectiblemente, al terminar la noche regresaba a mi departamento con las manos vacías y con mi ansiedad a cuestas.
Por eso, esa noche, cuando el Zurdo dijo como al pasar:
- Che, decidí irme de vacaciones por un tiempo…-el único que tiró las cartas sobre la mesa fui yo. Los naipes se deslizaron hasta el otro lado de la mesa, chocando con la mano del Negro Avellanada -que orejeando sus cartas, buscando un envido salvador- que sorprendido, exclamó:
- ¿Pero que hacés, che?!
El Zurdo levantó entonces su mirada de la mesa y alejó sus manos de las cartas, corrió el vaso de whiskey hacia un costado, apoyó los brazos sobre la mesa, entrelazó sus dedos, y con un tono de voz pausado y lleno de paciencia –que luego me recordó a Juan- me preguntó:
-¿Qué pasa, Martín?
- No sé, Zurdo, no sé que pasa, justamente eso me pregunto yo –contesté algo escandalizado. Luego hice una pausa, y como distribuyendo mi reclamo, miré a todos los que estaban alrededor de la mesa, y agregué- no sé que pasó, no se que está pasando ahora, no sé si va a pasar algo o no… no sé nada.
Ante la cara de desconcierto de la mayoría, intenté explicarme:
- A ver: yo me vine a las corridas para Buenos Aires preocupado, angustiado diría, por su suerte. Pero al llegar me encuentro con la novedad de que el que tiene problemas soy yo, porque para la comodidad de muchos, alguién concluyó que yo fui el soplón; de paso, me desayuno que Dmitry participó del trabajo y que encima cree que fui yo quién lo traicionó. Y cuando vengo acá pareciera que no pasó nada, todo sigue igual, nadie habla del tema… y vos ahora te vas de vacaciones?
La situación se me hacia irreal. Enojado, continué diciendo:
- Decidí desaparecer para intentar recuperar mi vida, y regresé por ustedes, para cerrar este quilombo y poder seguir mi viaje, pero a nadie parece importarle esto, y seguimos acá, jugando a las cartas.
Advertido de la situación, Cortázar apuró el paso hacia la mesa acompañado por el Dandy y por Moliné, mientras Joaquín me hacia una seña con la mano para que bajara un poco el tono de voz. En pocos segundos, estábamos todos reunidos alrededor de la mesa, mirándonos a la cara en silencio.
Como era de esperar, todas las miradas terminaron buscándolo al Zurdo, que asintió pausadamente con la cabeza como indicando que ya sabía lo que iba a decir, y que la situación estaba controlada.
- Te entiendo, Martín -comenzó diciendo, supongo que buscando tranquilizar, ya que como una lluvia de verano, sus palabras bajaron la temperatura de la mesa: se relajaron las caras, cayeron los hombros, y luego todos se acercaron, cerrándose aún más el círculo alrededor de la mesa. Entonces el Zurdo prosiguió
- Ahora, yo te dije que te iba a explicar todo a su tiempo ¿o no? la verdad es que no sabía de tu apuro, Martín. Acá no hay nada que esconder, y si me lo hubieses pedido, yo te habría contado todo lo que sé. ¿Qué pasa?¿ te molesta que yo me vaya un tiempo ahora que vos regresaste? no hay nada que podamos hacer por el momento, Martín, esa es la verdad, aunque no te guste. Sólo dos cosas están claras: tenemos que encontrar la manera de compensar a Dmitry y a sus socios por este trabajo fallido, y, segundo, estar atentos y movernos para averiguar quién nos vendió; y sospecho que ambas tareas nos van a llevar mucho tiempo.
El Negro encendió un habano y comenzó a lanzar anillos de humo, que flotaban primero sobre sobre la mesa y luego ascendían hasta perderse por sobre la lámpara que colgaba del techo.
Las palabras del Zurdo rebotaban en mi cabeza, pero yo me negaba a aceptar lo que ellas implicaban, yo necesitaba terminar todo este tema cuanto antes, y quería que todos lo supieran, que me entendieran, y que lo aceptaran. Y asi lo dije:
- Tratemos de apurarlo, Zurdo. Yo hago esto y me salgo, no quiero seguir más asi.
Los ojos del Zurdo se anticiparon a su respuesta, y al no que repetía su cabeza al decirme:
-No Martín, no lo vamos a apurar - se detuvo un segundo y luego fundamentó su respuesta- Cada uno tiene que que hacerse cargo de sus decisiones: vos quisiste desaparecer, asi... de un día para otro, de repente, y lo hiciste. Nos avisaste, es cierto, pero te fuiste, y nadie te lo impidió.
Elevó su brazo, y con el pulgar de su mano apuntando en la dirección de su espalda, agregó:
- Ahí estabas afuera, Martín, te habías salido, finalmente; habias logrado lo que ahora decis que querés -en ese momento vi las caras alrededor de la mesa, y entendí que el Zurdo hablaba por todos ellos-. Después, cuando te enteraste de todo lo que pasó, por el motivo que sea, decidiste regresar y resolver esto en dos patadas para poder rajarte de nuevo, esta vez sin sentir culpa.
- No, Martín, no podes entrar y salir de la vida de los demás cuando se te ocurre. Y no, no nos vamos a apurar, todo lo contrario, vamos a pensar muy bien nuestros próximos pasos, porque no podemos equivocarnos más.
El Zurdo terminó su vaso y se puso de pie. Tomo sus cigarrillos y me dijo:
-Veni, dejemos que terminen el juego que sino es mala suerte, y acompañame afuera un rato.
Lo segui callado, y con cada paso que daba me sentía más desorientado, sin saber que es lo que tenía que hacer.
El aire fresco de la noche me alivió. Caminamos varias cuadras en silencio, hasta que llegamos a la Biblioteca Nacional. Allí nos sentamos en un banco, encendimos un cigarrillo, y luego el Zurdo procedió a relatarme minuciosamente todo lo que había pasado desde el momento en que yo me fui de Buenos Aires.
Cuando finalizó su relato, le hice algunas preguntas, sólo para confirmar que había entendido bien. Luego repasamos juntos las conclusiones hasta que, con una palmada sobre la rodilla,me indicó que la charla había terminado. Nos pusimos de pie, y seriamente y con voz grave, me preguntó
-¿Puedo irme de vacaciones entonces?
Sonreí, él me cacheteó levemente detrás de la cabeza, y en tono amistoso, susurró:
- Pensá en lo que te dije, Martín. Las decisiones que tomas tienen consecuencias, provechosas y costosas, de las dos; y vienen juntas, en un mismo paquete, sólo que en ocasiones se revelan por completo después de que tiraste del piolín. Tratá de elegir bien, y de evitar las repeticiones.
No lograba retener sus palabras, estaba algo aturdido y débil. Creo que él lo advirtió, porque contuvo lo que iba decir, hizo una pausa, y se despidió diciendo:
- Andá a descansar, y aprovechá este tiempo para pensar... y decidirte.
Nos dimos un abrazo, y al separarnos agregó:
- Esta vez es a todo o nada, Martín. Ojalá estés acá cuando regrese.