Estábamos sentados con Joaquín en la mesa chica de Viena, conversando sobre los pocos reparos morales que suele tener Esperanza en cualquier situación en la que una mujer atractiva entra en escena, cuando lo vimos llegar al Zurdo, y algunos metros atrás, a Cortázar. El Zurdo se sentó, y dejó sobre la mesa una botella de whiskey y su vaso. Cortázar se quedó parado en su lugar, atento a la gente que entraba en el salón. Continuamos nuestra conversación entre risas, y el Zurdo, testigo de muchas de las canalladas de Esperanza, aportó lo suyo. Quizás porque no había más para decir, o porque ya nos habíamos reído mucho, Joaquín desvió un poco el tema, y con mirada pícara preguntó: - ¿Y? se vieron de nuevo con el Buick? No llegué a contestar, la expresión de la cara del Zurdo, y un leve movimiento que hizo avanzando sobre la mesa, me detuvieron. Hubo un silencio y, perturbado, oscurecido, el Zurdo preguntó: - ¿Y vos cuándo conociste al Buick? Me quedé callado, sin ganas de contestar, intuía que lo que vendría no sería bueno. - El otro día –contesté, mirando mi vaso; no dije más. El Zurdo asintió callado, y luego agregó: - ¿Y quién te la presentó? Tomé un cigarrillo del paquete, lo encendí, aspiré un poco de humo, y dije: - Jude Law, me la presentó Jude Law el sábado pasado. El Zurdo volvió a asentir en silencio; sirvió su vaso nuevamente, bebió un poco, y luego, mirando hacia un costado, dijo: - Tené cuidado, Martín, el Buick te puede destrozar. Nadie se movió de la mesa. Yo no quería saber de dónde el Zurdo conocía al Buick, tampoco porqué me hacia esa advertencia. Lo miré al Zurdo y lo noté ausente, con sus ojos nublados, y su cara cargada de preocupación y de fatalidad. Luego de unos minutos me puse de pie, y abandoné Viena. Necesitaba estar solo y pensar; tenía el horrible presentimiento de estar cometiendo una gran equivocación.