Caminamos una cuadras por Viamonte, y a cada paso siento que mi entusiasmo disminuye. Ella acompaña mi andar pegada a mi pecho, casi acurrucada. Cuando llegamos a Suipacha, me señala un edificio.
-Es ahí -me dice, y cruzamos la calle. Ella busca en su cartera las llaves y luego abre la puerta; se da media vuelta, me mira, y como sabiendo lo que sigue, me pregunta:
- No vas a subir, ¿no?
- No - le digo. Ella asiente, y se queda callada mirando el piso por unos segundos. Finalmente sus ojos vuelven a buscarme, se acerca, me besa, entra al hall del edificio, y cierra la puerta. En el camino hacia al ascensor no se vuelve para mirarme.
El amor no es sólo impulso, pienso.
Camino por Viamonte buscando llegar a Callao. Pienso en el Angel Negro, y siento que al final el Zurdo tiene razón cuando bromea que soy un hombre chapado a la antigua; en mí solo hay lugar para un único amor.
Quién sabe, después de todo, quizás sea mejor así.