En el hall de la estación de subte Mtro. Carranza un joven toca canciones de los Beatles.
Lo descubrí hace algunas semanas cuando iba a verlo a Juan; el vagón se detuvo, las puertas se abrieron, y entre chirridos y sonidos de altoparlantes, pude reconocer la melodía de "A Hard Day's Night".
Bajé al andén de un salto, sin pensarlo, me acerqué hacia él y escuché la última parte de la canción, pero pude repetir el estribillo un par de veces con mucha alegría. Aplaudí con ganas cuando terminó la canción, y el joven lo agradeció inclinando levemente la cabeza. Dejé algunas monedas en un sombrero, y mientras esperaba que llegara el próximo tren, me regaló una muy buena versión de "Black Bird".
El viernes siguiente, apenas pasadas las 19, premeditadamente bajé en la estación Beatle. Llegué para el comienzo de "Lucy in the Sky with Diamonds". Es una canción que siempre me fascinó. Comencé a susurrarla, y de pronto la letra me llevó a mi visita a Strawberry Fields en Central Park, a los pasos que siguieron luego hasta el edificio Dakota, y la oscuridad que me invadió al llegar a esa entrada; The Catcher in the Rye, y toda esa historia incomprensible y ridícula que aconteció. Creo que el joven advirtió mi mirada perdida. Ni siquiera el comienzo abrupto y pegadizo de "Mr. Postman" pudo rescatarme. Dejé algo de dinero en el sombrero, esbocé una sonrisa, y busqué refugio entre el gentío que aguardaba al tren.
Las pocas estaciones que faltaban pasaron veloces. Bajé en Plaza Italia y subí las escaleras ensombrecido. Se me hizo presente una escena de Bird, la película de Eastwood sobre la vida de Charlie Parker, en la que mirando el puente de Brooklyn le dice a un amigo: “There is not enough kindness in this world”. En la otra punta del mundo, en Caballito, un amigo mío me confesó una noche que la angustia de su alma no tenía remedio, y que por eso su afán de venganza era legítimo.
Llegué a lo de Juan en ese estado y, obviamente, el barco se movió mucho, tanto que terminé la sesión con náuseas. Sí, a veces la terapia resulta como un vómito ardiente.
Sin embargo, una semana después, bajaba nuevamente en la estación Beatle. Esta vez el joven estaba acompañado de un amigo, a cargo de un bajo. El reloj marcaba las 19.20, y comenzaron a cantar cuando me vieron aparecer en el hall; sentí que me estaban esperando. Me recibieron con "Hey Jude", y el buen consejo de no cargar solo con el peso del mundo.