Durante los minutos que siguieron creí que estaba muerto, y que las voces que todavía escuchaba se debían a que mi partida se había demorado; quizás la muerte no fuera algo súbito después de todo.

_ Sentate allá, rusito –escuché. Después, sentí que dos brazos se cruzaban por debajo de mis hombros, y me levantaban para depositarme enseguida en la silla ubicada contra la pared. Luego, unos dedos presionaron levemente mi cuello, buscando mi pulso.

_ ¿Estás bien, Martín? –escuché, antes de que una mano me cacheteara la cara.

_ Dale, Nene, reaccioná –dijo el Zurdo, impaciente. Entonces yo abrí los ojos.

En frente de mí, la Cabra contemplaba la escena en silencio y con los brazos en alto. A mi izquierda, el Zurdo empuñaba el revólver cromado; parado junto al Zurdo, el Dandy apuntaba con su treintaiocho largo a Dmitry, que estaba ahora sentado en una mesa vecina a unos pocos metros de distancia.

_ Vinimos a aclarar esto de una vez por todas –le habló el Zurdo a la Cabra, y arrojó sobre la mesa una carpeta de cartulina amarilla, rotulada con una fecha, un número, y con varias hojas en su interior.

La Cabra miró la carpeta con desconcierto, y luego hizo un gesto con su cabeza, anunciando que iba a bajar los brazos para investigar el contenido de la carpeta.

Yo pasé mi mano por mi cuello dolorido, y quise saludarlos al Zurdo y al Dandy, pero al intentar hablar un dolor agudo en la garganta me detuvo.

_ Es el expediente de la Bonaerense, la investigación interna que realizaron sobre el trabajo que hicimos nosotros en La Plata –aclaró el Zurdo- lo robamos ayer de la central de la poli en La Plata.

_ Con razón… –me dije- esa ausencia masiva en Viena… estaban todos ocupados en este asunto!

_ Quieto! –le ordenó el Dandy a Dmitry, interrumpiendo a la Cabra, que quitó su mirada de las hojas por un segundo, para retomar enseguida su lectura.

_ Ahí está clarito –continuó el Zurdo- no hubo un preaviso a la policía.

La Cabra asintió sin apartar sus ojos de las hojas

_ Hubo un error al desactivar una alarma –detalló el Zurdo – una de las alarmas de las que debía encargarse Dmitry. La policia llegó enseguida porque se activó la alarma perimetral, Cabra. Toda esta historia la armó este hijo de puta para cubrir su error –concluyó el Zurdo.

La Cabra terminó de leer la última hoja y después cerró la carpeta. Me miró en silencio por unos segundos, y entendí que se estaba disculpando a su modo.

_ Está claro –dijo la Cabra.

El Zurdo apoyó el revolver sobre la mesa, y luego lo deslizó hasta donde estaba la Cabra. La Cabra empuñó el revólver cromado, lo miró al Zurdo, me miró a mi, y dijo:

_ Lamento lo sucedido. Yo me encargo de acá en más.

El Zurdo se puso de pie, y luego me ayudó a incorporarme, le hizo una seña al Dandy, y los tres comenzamos a caminar hacia la salida del salón. Antes de cruzar las pesadas cortinas, vi a la Cabra de pie, apuntando su revólver a la cabeza de Dmitry.

_ Salgamos de acá –murmuró el Dandy.

Al traspasar la puerta, apoyado sobre la pared del fondo del bar que da a la calle, esperaba el Negro Avellaneda, que me recibió con un abrazo. Escoltado por el Zurdo y el Negro, salí a la calle y miré hacia el cielo.

_ Ni se te ocurra llorar, putazo –soltó el Dandy.

Frente a la puerta del bar, Joaquín esperaba ansioso, sentado al volante de.la bala plateada.

Entramos al auto, y antes de cerrar las puertas Joaquín arrancó ruidosamente el auto, para emprender, volando, el camino hasta Viena.