El verano había sumergido a la ciudad en una quietud que me desesperaba. Para dominar mi ansiedad, y aprovechar de alguna manera ese impasse, durante los últimos días de Enero retomé terapia.
Mi reencuentro con Juan no fue fácil: mi desaparición lo había afectado, y me llevó varios días explicarle lo ocurrido y convencerlo de la necesidad que tenía de continuar mis sesiones cuanto antes.
Tal como sospechaba que ocurriría, mientras lo ponía a Juan al tanto de las novedades, fueron surgiendo nuevos interrogantes que prolijamente se agregaron a la lista de temas a resolver. Una vez que superó el shock que los eventos acontecidos -y mi situación en particular- le habían generado, y luego de haberme explicado -por obligación legal, me aclaró- sus responsabilidades como profesional ante el conocimiento de hecho ilícitos, nos zambullimos al análisis de las alternativas que había explorado durante mis días fuera de Buenos Aires.
- Es muy simple, Juan -le dije- solo debo solucionar los asuntos pendientes. Luego seré libre...
Continué con el sueño que había tenido durante la última noche del año, y expuse en seguida la interpretación que había hecho, su explicación. El asintió, pero antes de que desviara la mirada hacia su cuaderno de notas, pude advertir en sus ojos algo de escepticismo o de pesar.
En los minutos que corrieron hasta el cierre, y en las sesiones que siguieron, sufrí un bombardeo de preguntas que me agotó, me alteró y me irritó de sobremanera; sistemáticamente, ante cada contestación que daba, Juan procedía a buscar en su cuaderno de notas una afirmación mía que era - o parecía ser- contraria a mi última respuesta. Finalmente perdí la paciencia, di un manotazo sobre la meza, y procurando moderar el tono de voz, quise terminar con ese juego:
- ¿ A dónde querés llegar con esto, Juan? -pregunté
El me miró sereno, y con voz pausada me contestó:
- Mirá, Martín, yo creo que estas tirando por la borda todo el trabajo que hiciste en este tiempo. Y si me aceptaras un consejo, te diría que no tomes decisiones en este momento.
Esa noche soñe nuevamente con ella. Estábamos otra vez bajo el techo del puesto de diarios, refugiándonos de la lluvia torrencial, mirándonos en silencio; en un momento yo intenté abrazarla, pero ella dio un paso hacia atrás, llevó su mano a mi mejilla, y con los ojos llorosos intentó sonreír al decirme:
- No, Martín, no.
Luego ella comenzó a caminar bajo la lluvia; y yo me quedé inmóvil, viendo como la oscuridad la rodeaba y se la llevaba.
Aun antes de despertarme supe que estaba soñando, la vida no puede ser tan cruel, pensé. Cuando abrí los ojos todavía estaba masticando bronca y dolor.
Fui hasta la cocina a beber un poco de agua, tenía la boca seca y la garganta dolorida, como si hubiese gritado. Bebí atropelladamente para apagar la sed, y mientras intentaba no pensar más en el sueño y guardaba la botella en la heladera, súbitamente exclamé
- Andate a la puta que te parió, Juan.
Después caminé hasta el living, y procurando no hacer ruido para no despertar al Dandy, salí al balcón en busca de aire fresco.