Nunca imaginé que fuera a conocer al Buick, y mucho menos que pudiera llegar a tener un romance con ella.
Jude Law nos acercó por primera vez en la fiesta del sábado pasado, y también facilitó los encuentros que siguieron, y que fueron necesarios para que ella se decidiera, y para que yo superara el miedo que me inspira.
Fue el miércoles por la noche cuando todo voló por lo aires.
Salimos ya ebrios de "50's", subimos a su descapotable, y ella comenzó a manejar enloquecidamente por la ciudad, acelerando todo el tiempo, llenándonos de vértigo y viento. El Buick no me miraba, sus ojos negros estaban fijos en lo que vendría; conducía con una sola mano al volante, exageradamente erguida, en pose; su brazo derecho estaba apoyado sobre el respaldo del asiento delantero, y cuando su mano no sostenía un cigarrillo, se entretenía acariciando mi cuello suavemente.
Volábamos por las calles como un meteoro, sobrepasando siempre al auto que se encontraba adelante, doblando abierto en las esquinas, y acelerando furiosamente. Como si fuera sólo un espectador, cada tanto me encontraba preguntándome cómo iba a terminar todo aquello; pero al mirarla a ella, noté que la expresión de su cara era serena; parecía como si esa carrera alocada la sedara; aparentaba tener todo bajo control. Así es, el Buick solo encontraba tranquilidad llevando su vida a toda velocidad.
Llegamos a su departamento, ingresamos en silencio, y luego ella desapareció por un largo rato. Yo me senté en el balcón a esperarla, mientras intentaba desentrañar el sentimiento extraño que reptaba dentro mio.
Finalmente ella apareció; había cambiado su vestido y su peinado. Tenía en sus manos dos vasos y una botella. Sus ojos brillaban y sus labios, perfectamente delineados, posaban en un sonrisa sensual, una sonrisa que ella había practicado hasta alcanzar la perfección. Me acerqué a ella despacio, sin quitar la mirada de sus ojos. Antes de besarla, entendí que yo era para ella sólo una presa más. Ya había caído en la misma trampa en otra ocasión; aquella vez fui sorprendido, y rodé sin defensas. Mientras nos besábamos escuché la voz de Jude, dándome su último consejo:
- Martín, no te enamores de esta mujer.