Al salir del hotel me detengo un momento en la vereda, trago un poco de humo de mi cigarrillo, y miro hacia las dos esquinas de la calle San Martín, para luego cruzar el asfalto hasta llegar a la otra vereda y sentarme en un banco de la plaza. Desde allí puedo ver el frente del hotel, su amplio ventanal, la puerta de entrada y, en lo alto, el único balcón ubicado en el tercer piso, al centro del edificio. En ese balcón, ocho años atrás, una noche de verano, yo fui feliz.
Dejo caer el cigarrillo en el piso y lo aplasto con la punta de mi zapato izquierdo. Apoyo las manos sobre mis rodillas, listo para ponerme de pie y seguir mi camino, pero me detengo, y me doy cuenta de que no hay apuro. Me recuesto sobre el respaldo del banco y vuelvo a mirar el balcón.
- Me gustaría desaparecer - me dijo ella cuando me desperté - irme de Buenos Aires, sentir otra vida. Quisiera irme de acá...
La escuché callado. Vi sus ojos mirándome, como pidiendo ayuda, y me decidí
- Yo conozco un lugar-le dije.
Nos encontramos horas después en Retiro, y huímos.
Llegamos a este pueblo al atardecer. Un muchacho nos acompañó hasta nuestra habitación en el tercer piso del hotel. Cuando nos quedamos solos, ella abrió el ventanal y salió al balcón. Apoyó sus manos sobre la baranda de hierro, y estuvo unos segundos mirando la plaza, y el río. Luego giró, me miró con la cara llena de felicidad, y corrió hacia mis brazos. Apoyó su cara contra mi pecho y me dijo:
- Gracias, gracias - así supe que la amaba.
Los días que siguieron hasta que tuvimos que volver a Buenos Aires, fueron perfectos. Esos fueron los comienzos de los mejores años de mi vida.
Enciendo otro cigarrillo, me pongo de pie, y comienzo a recorrer lentamente el camino de la plaza que lleva a la esquina de 25 de Mayo y San Martín. Cruzo la calle, y entro en la sucursal del Banco Nación, solo para mirar el techo, sus paredes, y ver que nada ha cambiado.
Salgo del edificio y camino, bordeando la plaza desde la vereda de enfrente. Recorro dos cuadras, y llego al hotel.
Subo lentamente las escaleras, llego a mi habitación, abro la puerta y luego me recuesto sobre la cama a descansar. Cierro los ojos. Me doy cuenta de que nunca supe qué realidad la llevó a ella a querer desaparecer; y me pregunto cómo pudo lograrlo, cómo hizo para saltar a una nueva vida, sin dejar marcas, ni rastros, ni decir adiós.
Me pongo de pie y camino hasta el ventanal. Salgo al balcón, miro hacia el río y me digo que yo voy a volver, yo voy a recuperar mi felicidad pasada. Lo sé. Sólo necesito tiempo.