Cruzando Callao, me encuentro con Mecha Corta. El camina hacia Pueyrredón, yo voy al San Martín. Como hace tiempo que no nos vemos, luego de saludarnos decido acompañarlo un par de cuadras para conversar un poco. Cortázar me había comentado días atrás que estaba más cruzado que nunca; su cara lo confirma.
Al llegar a la vereda lo primero que me dice es que está podrido del país. Yo asiento en silencio. Durante las próximas dos cuadras, no suelta palabra. Paramos en un quiosco, él señala un paquete de cigarrillos, entrega un billete, recibe el vuelto, y retoma su marcha. Yo compro un Shot, y comienzo a caminar detrás de él rápidamente, intentando alcanzarlo, mientras me pregunto si es realmente una buena idea.
De pronto un mimo se interpone entre nosotros; lleva pantalones negros, remera blanca de mangas largas, con rayas negras horizontales; tiradores rojos, y un sombrero Chaplín.
Camina algo encorvado, imitándo el andar y la expresión de Mecha Corta, inflando los cachetes y frunciendo el ceño. Dos mujeres que se cruzan con nosotros festejan la ocurrencia; después pasa una parejita que señala divertida al mimo. Yo apuro el paso presintiendo lo peor, pero llego tarde. En la esquina de Junín y Corrientes, Mecha Corta tiene al mimo contra la vidriera de una zapatería. Con sus dedos clavados en el cuello blanco, Mecha Corta habla con los dientes apretados, casi sin abrir la boca:
- Te reís de mi, eh? en medio de Corrientes, vos decidís hacerme burla a mi, jodiéndome a mis espaldas? ¿Y te parece que es gracioso, eh? Decime, te parece gracioso?
El mimo niega con la cabeza. Veo la tensión en las manos de Mecha Corta, y me pego a ellos. Cuatro o cinco curiosos ya comienzan a rodearnos.
- Decime, ¿te parece gracioso, pelotudo? Andas pintadito de blanco, hinchádole las bolas a la gente... decime ¿ te crees gracioso vos?
El mimo vuelve a negar con la cabeza.
- Hablá, carajo! -grita ahora enloquecido. Los ojos de Mecha Corta está inyectados en sangre, su mano izquierda ahora apreta las partes del mimo, mientras la derecha sigue sujetando el cuello; uno de los curiosos amaga con acercarse, pero se detiene cuando Mecha Corta le clava la mirada.
Entonces me arrimo al mimo, y le digo:
- Te doy un consejo, hablá. Si no, te va a arrancar las bolas de un tirón, creeme.
El mimo me mira, y rápidamente vuelve su cara hacia el frente y dice con voz quebrada:
- Perdoname. No, no es gracioso - y comienza a llorar.
El mimo, ya libre, apoyado contra la vidriera de la zapatería, llora de verdad. El maquillaje se corre sobre su cara. Un silencio insoportable invade el lugar. Lo agarro a Mecha Corta del brazo y lo arrastro un par de metros. El camina como en trance.
- Qué hijos de puta - alcanzo a escuchar mientras nos hacemos paso entre la gente. De reojo, miro la cara de Mecha Corta; está ensombrecida.
Caminamos en silencio hasta Larrea; llegando a la esquina, me detengo para despedirlo. Lo abrazo, y le digo cuidate, pero el sigue con los brazos pegados al cuerpo, mirando al infinito.
- Qué país de mierda - piensa en voz alta. Yo asiento en silencio, y luego me alejo resignado.