Todavía hacia calor cuando me fui de Viena. Caminé unas cuadras por Arenales, y después tomé un taxi hasta Libertador, donde está la parada del colectivo que me lleva a la casa del Zurdo.
Hace unos años ya que el Zurdo abandonó la ciudad para irse a vivir a una quinta
- Hay que preparar el retiro con tiempo, de a poco -nos explicaba- sino después, cuando llega, se hace muy cuesta arriba.
El viaje hasta la casa del Zurdo lleva casi dos horas; me iban a venir bien para repasar los detalles de lo ocurrido y para pensar con cuidado lo que le iba a decir al Zurdo. Sabía bien que el horno no estaba para bollos: el trabajo había salido mal -y el Zurdo debía haber pagado algún costo por eso-, había un policía muerto y, lo que más me afectaba a mí en particular: fuertes sospechas -alentadas por mi desaparición de Buenos Aires- de que era yo quién había delatado a sus compañeros.
-¿Cuáles son mis alternativas? -murmuré en voz baja mientras miraba a través de la ventana del colectivo. Eso es lo que me preguntaba el Zurdo siempre que iba a él en busca de consejo, y era precisamente lo que debía tener en claro antes de llegar a su casa. Mientras avanzaba por la Panamericana a gran velocidad, intentaba analizar la situación desde distintas ópticas, como si estuviera resolviendo un cubo mágico estrellado de colores. Al tomar el ramal que lleva a Tigre, abandoné mi asiento, presioné un botón cerca de la puerta, y esperé a que el colectivo detuviera su marcha.
Al bajar, la noche estaba más fría, y el desamparo de la provincia me provocó escalofríos. Encendí un cigarrillo y me dispuse a caminar.
- Nueve cuadras derecho, y luego una hacia tu izquierda. Vivo a media cuadra, sobre la derecha - así me había indicado el Zurdo la primera vez que fui a su casa.
Cuando llegué a la esquina y doblé hacia mi izquierda, bajo una luz amarilla pude verlo al Zurdo, apoyado contra el murito que marca la entrada a su casa. Era claro que Cortázar lo había llamado para ponerlo al tanto de mi llegada, y, posiblemente, para asegurarse de que me esperara despierto.
En la tranquilidad de la noche, debe haber escuchado mis pasos, porque apenas retomé la marcha vi como giraba su cabeza y saliendo del cono de luz amarilla, comenzaba a caminar por el medio de calle, en mi dirección. La oscuridad lo tapó por completo al llegar a la esquina, y allí él se detuvo. No fue sino hasta que unos pocos metros nos separaban, que pude verlo nuevamente, esperándome con los brazos abiertos y una sonrisa que no le había conocido.
-Bienvenido -me dijo apenas antes de que nos abrazáramos, y creo que en ese momento nada pudo haberme reconfortado más. Caminamos algunos metros, y cuando la luz amarilla nos iluminó, el Zurdo se adelantó un paso, me miró de frente y dijo en voz alta:
-Se te ve bien, che! -y luego terminó de aprobar mi aspecto con una pequeña palmada cerca de mi oreja o mi nuca.
Al entrar en la casa el Zurdo colocó el dedo índice sobre sus labios, y antes de cerrar la puerta y de que la oscuridad no invadiera nuevamente, me indicó con su cabeza el camino hacia la cocina; era tarde y no quería despertarla a Susana.
El Zurdo cerró la puerta de la cocina y luego se sentó a la mesa, frente a mí; me miró en silencio por unos segundos, y luego, como explicándome, dijo:
- Yo sabía que ibas a volver apenas supieras lo que había pasado -se detuvo, y mientras afirmaba con la cabeza, continuó:
- Se los dije a todos -entonces bajó los ojos y continuó asintiendo, como diciendo:
- Yo tenía razón.
- Me enteré hoy -quise comenzar a explicarle, pero me interrumpió
-Sí, sí, ya sé... hablé con Cortázar.
Nos quedamos callados, y presentí que el Zurdo no quería seguir hablando del tema en ese momento. Estaba a punto de decirme algo, cuando se abrió la puerta de la cocina y apareció Susana diciéndome:
- Nene! - y en simultáneo al Zurdo corrigiéndola
- No le digas Nene...
Y Susuna entra a la cocina envuelta en una bata, y me toma la cabeza, y me da un beso en la mejilla mientras el Zurdo desaprueba todo esto y se pone de pie y apoya sus manos sobre el respaldo de la silla y dice:
- Vamos a dormir, Martín, que en un rato empieza a caer la gente - mi desconcierto lo divirtió al Zurdo, porque contendiendo la risa, me aclaró:
- Es el último día del año, pajarón, y vienen todos para acá a festejarlo como corresponde -hizo una pausa, y agregó
- Ya habrá tiempo para hablar y ver como seguimos; por ahora, terminemos el año en paz.
Me guiño un ojo y se perdió detrás de la puerta. Susana permaneció erguida y callada como una estatua por unos cuantos segundos, hasta asegurarse que el Zurdo estaba lejos, y luego me agarró fuertemente de los hombros y me dijo:
-¿Sabes que hoy preparé tallarines? no pensarás que te voy a dejar ir a dormir sin comer ¿no?
Acepté con una sonrisa, respiré profundamente, y tuve el presentimiento de que finalemente, todo se iba a solucionar.