Entro a mi departamento, y mientras dejo mi abrigo sobre el sillón, noto que en el contestador del teléfono una luz roja parpadea lentamente. La situación me inquieta. Logro llegar a la cocina sin pisar al gato, que una y otra vez zigzaguea delante de mis zapatos. Busco una botella en la heladera, y luego bebo algunos tragos de agua.
Regreso al living. Doy vueltas alrededor de la mesa del teléfono, como un gato que inspecciona un plato con comida. Finalmente tomo una silla, me siento, y coloco la botella de agua sobre la mesa. Apoyo mi espalda contra el respaldo de la silla, bebo un sorbo de agua, y pulso el botón de Play.
Escucho el mensaje; cuando termina, retrocedo y lo escucho nuevamente. Espero unos segundos y después borro el mensaje del contestador.
Era Juliana. Su mensaje decía que no podía continuar atendiéndome, y me dejaba los datos de otros dos terapeutas.
Me paro y camino hasta el balcón. Corro el ventanal y salgo a la noche. El gato aparece entre mis piernas y maúlla; no le gusta el frío. A mi sí. Miro hacia la avenida y me quedo pensando. Luego de algunos minutos el frío me rescata y regreso al departamento, dejando el ventanal abierto.
Ahora, en el contestador del teléfono la luz roja ya no parpadea. Me siento en el sillón y me tapo con el abrigo. Apoyo los codos sobre mis rodillas, me inclino, y cierro los ojos mientras mi dos manos me agarran la cabeza.
En este momento, Munch daría cualquier cosa por retratarme.