Participé, una vez, de una partida de poker que ocurrió años atrás, y que finalmente perdí por jugar mal la mano decisiva. Quedábamos sólo dos jugadores en la mesa, casi con la misma cantidad de fichas. Recibí una gran mano de entrada, pero la suerte me traicionó, y cuando la quinta carta se descubrió, todo el pozo fue a parar a las manos del Cordobés.
Lo que vino después fue sólo un trámite, en cuatro o cinco manos me retiré de la mesa vencido.
Había perdido mucha plata.
Me quedé en la barra ahogándome en whiskey. Un buen rato después se acercó el Zurdo y se paró callado a mi lado. Había visto toda la partida junto con Cortázar, y cuando me levanté de la mesa, su cara mostraba más enojo que la mía. Las derrotas de los amigos son, de alguna manera, derrotas propias.
Sabía que no iba a hablar hasta que yo no dijera algo primero. Luego de tomar otro whiskey, finalmente dije:
- La perdí en esa mano... con esa puta reina de corazones en la quinta carta.
- Sí -respondió el Zurdo. Sirvió su vaso nuevamente, y lo bebió de un trago. Después miró por sobre sus hombros, como queriendo asegurarse de nadie escuchaba, dio un paso hacia adelante, y girando sobre sus talones quedó de frente a mí.
- Apostaste poco -me dijo- por eso perdiste.
- Tuve mala suerte, Zurdo, ese Cordobés culo roto viene a ligar a último momento la reina de corazones!!, dejame de hinchar...
El Zurdo calló, y me miró decepcionado; por algún motivo en ese instante me sentí culpable. Vi cómo se rascaba el cuello, llevando el mentón hacia arriba, mirando hacia un costado; un gesto típico suyo cuando algo lo molesta de sobremanera. Luego se balanceó sobre sus piernas, y finalmente dijo:
- Martín, pensá lo que quieras, pero dejame decirte algo: esa partida la perdiste por tibio - hizo una pausa, y mirándome a los ojos, agregó- Y vas a perder mucho más en la vida si no sabes darte cuenta cuando tenes que rajar, o jugarte y apostarlo todo.
Bajé los ojos, y el Zurdo tuvo piedad. Llenó los dos vasos, me alcanzó uno, los chocamos levemente en el aire, y en un solo movimiento los bebimos de un trago.
- Fue mucha plata no? -preguntó , y yo asentí.
- Mejor, así no te olvidas de la boludez que hiciste. Boludos no son los que hacen boludeces, Martín, boludos son los que las repiten.
Días atrás, parado frente a un mingitorio, con el alma turbada por otro problema, el Zurdo susurró a mi lado mientras hacía lo suyo:
- Acordate de la reina de corazones.
Y reviví entonces esa noche, la charla con el Zurdo, y hasta pude ver la fea cara del Cordobes reflejada sobre la porcelana blanca; admití que debía decidir: una cosa o la otra.
El resultado es incierto, pero sé que de ningún modo voy a permitirme perder esta partida por tibio; tampoco por boludo.