jueves 2 de abril de 2009

Esa noche el Dandy no regresó a dormir a casa, y tampoco lo hizo en los días que siguieron. Fue en la mesa de Viena que Joaquín tiró la pelota afuera, y como si no estuviera dispuesto a compartir mi nueva angustia, dijo:
- Se debe haber ido a Punta del Este en el barco; ya sabés, a estar un poco solo y pegarse una buena joda allá. Vos no te preocupes -agregó-  él se sabe cuidar.
Asentí sin estar del todo convencido, mientras recordaba la vez que Floyd Rodriguez me confesó que lo más difícil para él era cuidarse de sí mismo. Luego me preguntaría por qué Jaoquín me había aclarado que el Dandy se sabía cuidar, ¿qué me había querido decir? ¿que yo no sabía hacerlo acaso? 
No había noticias del Zurdo; Gatica se había escapado a la Costa con una sommelier paraguaya que había conocido en un evento de tecnología, y esa misma noche Joaquín comentó que se iba al Sur con el Negro, a pescar truchas; y yo pensé que carajos me iba a quedar haciendo en Buenos Aires. Joaquín me leyó el pensamiento, y un poco entre risas, me dijo:
- Vos mientras tanto busca algo para entretenerte...
Cortázar le festejó el chiste, y yo me sentí obligado a empujar mi malhumor con un poco de vino y a esperar a que alguien cambiara de tema. Al día siguiente Juan me preguntaría si podía identificar lo que me había molestado de ese comentario; un rato más tarde, y con otros interrogantes a cuestas,  yo abandonaba en silencio el consultorio, sin haber podido encontrar ni una sola respuesta. Otra vez me había cagado a palos.
Regresé a mi departamento caminando, intuyendo que esa noche no iría a Viena. 
Al llegar a casa, me dí una larga ducha; luego me serví un whiskey doble y fui hasta el living y decidí  escuchar un poco de música. Vi en ese momento, apoyado en la mesa,  el sobre de papel madera; lo tomé y caminé hasta el balcón. Me senté  y encendí un cigarrillo, vi que era una noche apacible y agradable, pero nada de eso me reconfortó. Exhalé largamente  una bocanada de humo, y casi sin pensarlo, prendí un fósforo y luego,  lentamente, como hipnotizado, acerqué unos de los extremos del sobre a la llama amarilla. Inmediatamente después dejé caer el sobre al piso y me quedé mirando como el papel ardía y se convertía en cenizas.
Luego fui hasta el living, tomé la botella, subí aun más el volumen del equipo de música, y me desplomé sobre el sillón.  Antes de que las luces se apagaran, di un paseo por el pasado y por los distintos futuros que pudieron haberse sucedido desde el borroso momento que todo comenzó a complicarse.