Mi primer encuentro con el Zurdo, y con la mesa chica de Viena, fue jugando al truco. Cortázar me lo había presentado algunos días atrás, pero después de eso no habíamos intercambiado ni una palabra, a pesar de habernos cruzado un par de veces en Viena.
Esa noche yo llegué al bar de mal humor. Estaba acodado en la barra bebiendo whiskey cuando el Zurdo se me acercó, y señalando con la cabeza la mesa del fondo, me dijo:
- Nos hace falta uno para el truco. ¿Te animás? -yo miré hacia la mesa, vi a dos hombres sentados sobre laterales contiguos, y a Cortázar de pie, a unos pocos pasos de la mesa, como siempre. Entendí que iba a jugar contra el Zurdo. 
Afirmé con la cabeza, terminé mi trago,  y lo seguí al Zurdo hasta la mesa. Cuando llegamos, el Zurdo señalo a los otros dos jugadores y dijo:
- El Negro Avellaneda , Joaquín - luego se sentó frente al Negro, tomó el mazo de cartas, y agregó:
- Nene, jugamos sin flor, trescientos pesos al mejor de tres chicos, ¿sí?
- Martín -contesté
- ¿Qué ? -preguntó el Zurdo 
- Me llamo Martín -dije. Vi como Joaquín sonreía mientas cortaba el mazo; pero el Zurdo no dijo nada y comenzó a repartir las cartas.
Por suerte, Joaquín jugaba muy bien, pasaba las señas sólo cuando era necesario, y parecía saber cuando robar el tanto y cuando quedarse callado. Ganamos el primer partido con amplitud, y noté rápidamente como el humor del Zurdo comenzaba a empeorar. Empezó a decirme Nene en cada mano, y a cantarme el real envido o el truco a mí, ignorándolo a Joaquín.
Su humor no mejoró ni siquiera cuando ganaron el segundo partido. Siguió molestándome cuando comenzó el partido definitivo de un modo que no estaba dispuesto a tolerar. En un momento le contesté mal, y el clima se puso tenso. El Negro me ofreció un cigarrillo, intentando quizás descomprimir la situación. A mi izquierda, Cortázar miraba de pie la partida con cara de piedra.
Todavía en las malas, canté el envido. Hubo un silencio, el Negro indicó con un gesto que no tenía nada, pero el Zurdo ni  lo miró, con los ojos fijos en sus cartas dijo:
- Falta envido, pelotudito.
Lo miré, y sentí como mis dientes mordían mi labio inferior. Joaquín, algo incómodo, echó sus cartas sobre la mesa y se inclinó hacia atrás. Yo me debatía entre levantarme e irme, o bajarle los dientes de una trompada a este tipo.
- ¿Qué pasa Nene? ¿te asustaste? -continuó- te pesan mucho los trescientos pesos ¿no? - y lo miró al Negro sonriéndose.
Me puse de pie, saqué unos billetes del bolsillo del pantalón, los tiré sobre la mesa y dije
- No quiero.
Antes de irme, di vuelta mis cartas sobre la mesa mostrando mis treintaitrés de mano.
- Anda a cagar, Zurdo - le dije, y abandoné la mesa.
Volví a la barra y pedí otro whiskey. Al rato el Zurdo se me acercó mirándome a los ojos. Yo dejé el vaso sobre la barra, me planté bien sobre los pies, y me preparé para lo peor. Cuando llegó dónde estaba yo, alargó su brazo derecho, y ofreciéndome la mano dijo:
- Disculpame, Martín. 
Estaba serio y con un gesto solemne. Sostuvo su brazo en el aire hasta que finalmente estreché su mano. Entonces se acercó a la barra, se sirvió un trago, y mirando en dirección a la mesa dijo:
- Cortazar me había avisado que eras bravo, pero queríamos verte... ¿vos entendés, no? -me dijo.
Asentí. Teminé mi trago y me fui en silencio.
Llegué a mi departamento cansado. Me dí una ducha y luego, mientras ordenaba mi ropa, en el bolsillo derecho del saco, encontré seiscientos pesos. Sonreí, y me fui a dormir contento, sin saber que esa noche había ganado mucho más de lo que me imaginaba.