Llegué a la costanera y me detuve hasta  poder divisar el puesto de Eliseo Morán, que estaba ubicado a unos cuarenta metros de distancia sobre mi derecha. Dos luces encendidas, y algo de humo trepando hacia el cielo me confirmaron que Eliseo todavía estaba allí, o incluso que quizás pasaría la Noche Buena junto a su parrilla y su río. Caminé hasta el puesto y ocupé un lugar en la barra al notar que Eliseo no se encontraba allí. Mientras lo esperaba, busqué inútilmente un reloj en las paredes; estaba inquieto, impaciente, ansioso por que Eliseo Morán regresara a su lugar.

Pasaron algunos minutos hasta que Eliseo Morán finalmente apareció, viniendo desde la orilla; pude observar su paso lento y sus manos sujetando dos pescados grandes. Cuando llegó al puesto  me miró extrañado, se agacho para cruzar la barra  y ubicarse del otro lado.  Luego dejó los pescados en un balde, cerca de la parrilla, giró, apoyó los brazos sobre la barra y me dijo:

- No pensaba verlo de nuevo tan pronto, ¿qué lo trae por acá?

En ese momento me dí cuenta de que no sabía cómo hacerle la invitación, y sospeché que mi idea era ridícula.

- Hoy es Noche Buena –comencé a decirle – y en el Hotel están organizando una cena.. ya sabe, para brindar…- Eliseo Morán me miró en silencio, sin entender. Tartamudeé, creo que incluso me sonrojé, y finalmente le dije:

- Miré, creí que Ud. iba a pasar la Noche Buena sólo, y pregunté en el Hotel si podía invitar a un amigo… así que vine a decirle eso.  La cena es a las nueve, todavía tenemos tiempo –agregué entusiasmado.

Eliseo Morán asintió, y luego habló:

- Yo le agradezco la invitación –dijo- pero me va a tener que disculpar. Yo no celebro la Navidad –concluyó. Su respuesta fue en un tono bajo y firme, cuidada, respetuosa, definitiva. Sonreí y procuré quitarle dramatismo al tema:

- Vamos, Don Eliseo, no son días para estar sólo estos…

Y la expresión de su cara me indicó que me había equivocado, que ese comentario había estado de más, y no  supe que no tendría una oportunidad  para disculparme

- Yo elegí estar solo –me aclaró- y soy feliz así. No necesito de una familia, de vivir en una comunidad, o de celebrar la Navidad en compañía de extraños para disimular mi soledad.

Callé en silencio, y aguanté el golpe.

- Ud. no pensó en mi – me dijo- Ud. pensó en usted, porque no quiere pasar esta Noche Buena sólo, vaya a saber porqué razón. Y viene hasta aquí, a invitar a una persona que apenas conoce, lo llama amigo, y lo invita a pasar la cena de Navidad junto a otras personas que tampoco conoce… No, señor, no me meta a mí en sus problemas. – y diciendo esto, Eliseo Morán dio media vuelta y comenzó a limpiar los pescados que estaban en el balde, junto a la parrilla.

Me quedé parado, con la cabeza gacha, comprendiendo sus palabras. Lo que vi a través de sus ojos me entristeció, giré y comencé a alejarme antes de que se me notaran la vergüenza o las lágrimas.

- Déjeme darle un consejo –escuché a mis espaldas. Miré por sobre mi hombro y lo vi a Eliseo Morán de espaldas, colocando los pescados sobre la parrilla, diciéndome:

- Váyase de este pueblo, vuelva a su vida –hubo una pausa, y agregó-  Ud. no está hecho para estar solo.

Volví al hotel en silencio, y llegué a tiempo para la cena. Vestí mi cara con mi mejor sonrisa, y cuando se hicieron las doce, choqué mi copa y brindé con el resto de la mesa. Luego, cuando todos salieron a ver los juegos artificiales, aproveché ese momento para escaparme a mi habitación y digerir la amargura acumulada.

Esa misma noche retiré la ropa del ropero, completé la valija, descansé una horas en la cama, y antes de que amaneciera, abandoné el hotel.

Mientras salía del pueblo, supe  que dejaba atrás recuerdos y planes truncos, imágenes color para mi inagotable álbum:  ella en el balcón diciéndome que era feliz, la cara de Eliseo Morán a punto de narrarme una historia, los ojos de Daniela viéndome llegar a la cena de Noche Buena.

Partí sin saber lo que haría después; no sabía si estaba volviendo, o si estaba  a punto de cruzar el punto del no rertorno. Como fuera, las palabras del Eliseo Morán retumbaban en mi cabeza; íntimamente sentía que él tenía razón, y que yo no tenía el valor para hacer lo que creía que debía hacer.