Viernes a la noche en Viena, nuestro refugio favorito. Estoy parado frente a la máquina de cigarrillos intentando decidirme entre Lucky y Camel; la elección no es sencilla, el camello siempre me puede, pero hoy me siento más Lucky (es un doble juego de palabras, así que el que entienda que se ria, y el que no... bueno, el que no siga de largo, viejo. No puedo andar explicando todo). Luego de algunos minutos me decido: introduzco algunas monedas, tiro de una perilla de acrílico bordeaux, y escucho el golpe seco del paquete al caer. Los hombres no se inclinan, se agachan, entonces me agacho para coger el paquete, y cuando estoy por agarrarlo, veo como dos manos de mujer se apoyan contra la máquina, y una voz suave le dice a mi oído:
- Te llevó un ratito decidirte ¿Siempre te cuesta tanto saber lo que querés, Martín? -mientras escucho, cierro los ojos, y no pasa un segundo antes de que me de cuenta de quién se trata. Pero hoy me siento distinto; hace días que me siento distinto, estoy para dar pelea. Entonces, sin incorporarme giro sobre mis talones, apoyo mi espalda contra la máquina de cigarrillos, y me encuentro frente a dos largas piernas de mujer con la cara a la altura del sexo. Todavía agachado, mirando a la entrepierna pregunto:
- ¿Nos conocemos? - veo como lentamente su mano izquierda se aproxima a mi cara para empujar mi mentón hacia el techo, hasta que nuestras miradas se encuentran. Con su larga cabellera negra cayéndole sobre los pechos, y un brillo peligroso en los ojos, el Angel Negro me sonríe.
Me pongo de pie, y vuelvo a recostarme contra la máquina
- No, no nos conocemos porque huiste como un cobarde luego de nuestro encuentro en el cumpleaños de Mariana. Cuando salí de baño ya te habías ido. Tu amigo Joaquín me dijo que te habías ido a otra fiesta, pero no le creí, creo que sólo quería hacerte quedar bien...
Me río para adentro. Pequeño demonio, ¡de cuántas formas distintas se puede cuidar a un amigo!
- Sí -digo- tenía otra fiesta.
Hay un pequeño silencio, yo abro el paquete de cigarillos, y estoy a puntar de encender un cigarrillo cuando ella me toma la muñeca y me dice:
- Pero que haces nene! no se puede fumar acá adentro, está prohibido!- miro su mano sobre mi muñeca, me incorporó lentamente, ella me mira, rodeo su cintura con mi brazo derecho, doy un rápido giro, apoyo su cuerpo contra la máquina, y la beso.
Es un beso largo, lleno de ganas.
Luego me separo bruscamente, y ella queda recostada sobre la máquina, mirándome. Extiendo mi brazo, ofreciendo la mano. Ella se incorpora, se acerca hacia mi, y pasando sus brazos por encima de mis hombros me besa.
Nos interrumpen algunos gritos y silbidos: se cortó la luz en Viena. En la oscuridad, tomo su mano y busco resuelto la salida. En el camino siento al corazón latiendo enloquecido; y es en este instante en que me doy cuenta de que está muerto de miedo.