lunes 19 de enero de 2009

La alegría de estar nuevamente en mi departamento, y de reencontrarme con mi gato, me duró poco; si bien el Dandy hacia todo lo posible para evitar roces, la convivencia era difícil, nuestras naturalezas contrarias se rechazaban constantemente, los días se sucedían y yo comencé a temer que en algún momento mi paciencia se acabara.
- Haceme ese favor -me dijo el Zurdo durante la cena de Año Nuevo- ¿sí? Te lo pido yo. 
Aún sabiendo que me estaba equivocando al aceptar, y sin terminar de comprender sus motivos, lo miré al Zurdo, suspiré resignado, y le contesté:
- Ok.
La mañana del viernes, mientras miraba desde mi cama como el sol ascendía lentamente  por el cielo celeste, escuché al Dandy refunfuñando. Me paré, caminé hasta la cocina, y lo encontré de pie junto a la pileta, con la espalda recta y la cabeza apenas inclinada hacia abajo, lavando los platos y demás cacharros utilizados la noche anterior. Estaba recién duchado, perfectamente afeitado y con el pelo peinado hacia atrás, vestido con su pantalón de lino beige y una camisa de mangas cortas,  de un celeste apenas más pálido que el del cielo. 
- Bueno, por fin te levantás, che -comentó medio en broma.
- ¿Qué estás haciendo, Dandy? mañana temprano viene Mari, dejá de lavar querés!
- No Martín, no me molesta, prefiero esto a tener que ver la cocina asi. En el Liceo nos enseñaron bien -agregó, con la mirada clavada en el chorro de agua- el orden es cosa de machos.
Sólo para ver si lo hacia enojar, le repliqué
- y de gays...
Como si mis palabras lo hubiesen golpeado, el Dandy hizo una pausa y detuvo sus movimientos, giro su cabeza hacia mi y me miró por unos segundos mientras pensaba en lo que acababa de decirle. Luego, retomo su labor imprevistamente, al tiempo en que me decía:
- Y bue, alguna a favor tenían que tener esos...
Me quedé apoyado contra el marco de la puerta unos instantes, esperando a que me guiñase un ojo, divertido, o tal vez ver una sonrisa en su cara... nada. 
Regresé a mi cuarto, me vestí, y después de un saludo confuso lanzado al vacio, me fuí del departamento en busca de aire fresco.
Con fingido escándalo, Cortázar me señaló el reloj de la pared cuando le pedí un whiskey. No había nadie en Viena y no tuvimos que buscar refugio en la mesa chica del fondo del salón,   en cambio, nos quedamos acodados en la barra, fumando unos cigarrillos en silencio.
Como suele sucederme, la bronca comenzó a rajuñarme la garganta, hasta que finalmente escupí:
- No lo aguanto más, Cortázar, te juro que no lo aguanto más. 
Cortázar sirvió nuevamente mi vaso, y luego giro el torso y miró hacia afuera, como si no le interesara lo que le estaba contando.
- No viejo, lo lamento por el Zurdo y por el Dandy, pero esto se termina acá. Si el Dandy está lleno de plata, ¿por qué tiene que vivir conmigo, me querés decir, eh?
Comencé a beber de mi vaso, mientras Cortázar giraba hacia mi, mordíendose levemente los labios, y como si estuviera a punto de cometer una indiscreción, o de perder la paciencia, me dijo:
- Te voy a contar algo, Martín - hizo una pausa, apagó el cigarrillo en el cenicero, y continuó - Acá la cosa estuvo fea después del quilombo de la bóveda de La Plata, yo te conté... - asentí algo confundido, sin entender porqué Cortázar traía ahora ese tema.
-Bueno -continuó- en seguida se empezó a decir por ahí que había un soplón, que alguien había abierto la boca... esto también lo sabés. Pero lo que no sabés, Martín, es que una noche te vinieron a buscar a vos; se decía que vos nos habías vendido, y que por eso te habías borrado.
Comencé a sufrir mientras Cortázar me relataba lo ocurrido, imaginando lo terribles  que debieron ser esas horas para todos.
- Te decía, estábamos en la mesa del fondo, masticando bronca, preguntándonos que mierda había pasado, y dónde carajos andarías vos, cuando apareció Dmitry. El silencio que se hizo cuando llegó a la mesa fue estremecedor, hasta al Zurdo se le vió la preocupación en la cara. Dmitry lo miró y con voz seca ordenó:
- Quiero saber qué pasó, Zurdo - el Zurdo le indicó una silla vacia, pero Dmitry negó con la cabeza, y dijo-  quiero saber por qué esto salió mal. Y quiero saber quién va a pagar por eso, Zurdo.
El Zurdo asintió, y sosteniendole la mirada, contestó:
- No sabemos que pasó, pero lo vamos a averiguar. - hubo una pausa, y luego Dmitry dijo 
- ¿Me estás diciendo la verdad? lo que yo escuché es que uno de los tuyos, un tal Martín, nos traicionó.  Si es as - 
-Los labios de Dmitry se congelaron, Martín, y todos nos quedamos esperando que continuara su frase - me explicaba excitado Cortázar- y por eso demoramos en notar que sus ojos se habían detenido en algún punto del otro lado de la mesa, y cuando todos miramos en esa dirección, lo vimos al Dandy, que se había puesto de pie, y con el brazo derecho extendido apuntaba a la cabeza de Dmitry.
Nadie se atrevió a abrir la boca, y en ese silencio, se escuchó perfectamente el ruido metálico del seguro del revolver, y a continuación el click del percutor al trabarse y quedar listo para el disparo. 
Entonces el Dandy habló:
- Oíme una cosa, rusito. Si yo te escucho de nuevo decir que Martín nos delató, o me entero de que vos, o alguno de los tuyos,  anda repitiendo eso por ahí, te juro por estas -dijo agarrándose la entrepierna con la mano libre-    que te vuelo la tapa de los sesos.
Dmitry no pestañaba, sus ojos estaban clavados en los del Dandy, que con un tono de voz más relajado, continuó diciendo:
- Y como te digo una cosa, te digo la otra, rusito: quedate tranquilo, que si yo descubro que fue Martín quién nos traicionó, yo mismo le vuelo la cabeza. ¿Estamos?
Dmitry se mordió los labios, asintió sin desviar la vista del Dandy, dio dos pasos hacia atrás, y se fue sin decir más.
Salimos del shock luego de algunos minutos, cuando el Negro Avellaneda preguntó:
- Che, Dandy, no está cargada no? - y pudimos reirnos nerviosamente y descargar algo de la tensión que nos dominaba.
El relato de Cortázar me había hecho olvidar de todo, y me había hecho recordar que los problemas pendientes exigian una pronta resolución. Pero Cortázar, como retomando la conversación, dijo:
- Así que fijate lo del Dandy ¿tenés tantos amigos así, che? - sin poder contestar, traté de jsutificarme
-  ¿Y el Zurdo por qué no me contó todo esto? 
- Que se yo, Martín... ¿para no preocuparte con lo de Dmitry? ¿o para que no te sientas obligado con el Dandy? quizás para darte la oportunidad de que salieran de vos las ganas de devolverle un favor a alguíen al que le enchufaste tu gato sin darle opción a nada, y que te arregló el despelote que había en tu departamento... andá a saber... - y levantando su brazo y pasándolo por sobre su cabeza, supe que Cortázar me había perdido la paciencia, y que lo mejor que podía hacer era irme y tratar de dejar de mirarme el ombligo.