Bajo del ascensor, y a través del vidrio de la puerta de calle, veo el auto de Joaquín estacionado, y una gorra de policía inclinada sobre la ventanilla del lado del conductor. Salgo a la vereda, camino unos pasos, y cruzo la calle en dirección al quiosco; al pasar por delante del auto, Joaquín finge no verme.
Llego a la otra vereda, saludo a Méndez, compro cigarrillos, fósforos y un Shot, y me quedo mirando la escena. Luego de unos pocos minutos veo que la mujer policía se aleja del auto de Joaquín y camina en dirección a Talcahuano. Entonces Joaquín me hace una seña y yo cruzo la calle, y me subo al auto.
- ¿Qué pasó?
- Nada, se acercó para decirme que no podía detenerme en este lugar, le dije que te estaba esperando, y me pidió que "circulara". Cuando intenté chamuyarla un poco más para hacer tiempo, amagó con hacerme la boleta.
- ¿La piropeaste?
- Obvio
- Cómo sos, eh...
- Es que mientras hablaba con ella, le vi la esposas en la cintura, colgando de ese cinturón de cuero ancho... y no sé, me calentó un poquito...
- ¿Estaba buena?
- No -me dice termimante y entre risas- para nada.
Me río. Ajusto el cinturón de seguridad sobre mi pecho, y entonces veo la boleta de infracción sobre la luneta negra.
- Pero al final te hizo la multa, gil!
- Sí, me la hizo. Leela.
Tomo el papel, y mientras Joaquín acelera, veo los datos del auto y de Joaquín y el motivo de la infracción; y al dorso, con trazos grandes, el número de teléfono de la agente Paula. Sin mirarlo, sé que Joaquín está sonriendo lleno de satisfacción. Pequeño demonio.