El agua del río era de color marrón, casi violeta; y así, vista de cerca, daba un poco de pena, y también algo de asco. Nada de esto impidió que encontrara deliciosa la boga a la parrilla que preparó Eliseo Morán. La acompañé con un poco de sal y limón, y con una botella de vino blanco. Almorcé en la barra del precario bolichito que Eliseo Morán había armado a orillas del río, y al que había llegado por consejo de Daniela.
Me acodé en la barra y estuve solo un largo rato hasta que Eliseo Morán apareció en escena, viniendo desde la orilla cargando una caña, un balde y dos pescados de buen tamaño.
- Hay boga y surubí – me dijo mientras pasaba por debajo de la barra, y dejaba los pescados sobre una mesa. Pensé unos segundos, y elegí
- Boga
Eliseo Morán asintió, tomo uno de los dos pescados, y lo limpió con un cuchillo pequeño en menos de treinta segundos, con tres o cuatro movimientos rápidos. Tiró los desechos en el balde, y luego echó el pescado a la parrilla.
- ¿Vino? -preguntó
- Sí – le contesté. Eliseo Morán enterró su mano en un barril repleto de hielo, extrajo una botella, la descorchó y sirvió dos vasos.
- Salud –me dijo, bebió de su vaso, y luego se quedó con la mirada perdida en algún punto fijo ubicado detrás de mis espaldas. Cada tanto parecía despertarse, y entonces giraba el torso y controlaba la parrilla.
- Faltan cinco minutos –me aclaró- ¿quiere el diario de hoy? Está recién llegado de Buenos Aires…
- No, gracias – le contesté, y traté de reforzar mi agradecimiento con una sonrisa. En el interior, la gente es muy susceptible en estos temas.
- ¿No le interesa saber cómo están las cosas en Buenos Aires? –preguntó algo divertido.
- No hace falta: están mal –le contesté. Eliseo Morán sonrió, y asintiendo dijo
-Sí, están mal. Muy mal – bebió algo de vino de su vaso, y luego dio media vuelta y se acercó a la parrilla para retirar la boga y servirla en un plato, que acercó enseguida a la barra, junto con un salero, un platito con unas rodajas de limón, una panera y una servilleta de papel. Miró la disposición de todos estos elementos, como comprobando que nada faltara, pasó nuevamente por debajo de la barra y partió rumbo a la orilla, dejándome solo con mi boga.
Luego de un rato, mi plato y la botella de vino estaban vacíos. Había encendido un cigarrillo, y luego había girado sobre la banqueta, de modo tal que quedé de frente al río, con los codos y la espalda contra la barra. Minutos después Eliseo Morán regresó. Tomó su lugar detrás de la barra y se quedó callado, mirando al río. Yo apagué el cigarrillo, me puse de pie, y mientras introducía mi mano en el bolsillo de mi pantalón, le pregunté:
-¿Cuánto le debo? – Eduardo Morán me miró
-¿Le gustó? -preguntó
- Mucho –le contesté con sinceridad. El sonrió con satisfacción, y mirando el pescado que había quedado sobre la mesa, me dijo:
- Y eso que no ha probado el surubí.
Asentí sonriendo, esperando que me dijera cuanto le debía por el almuerzo, pero entonces él giró, pescó otra botella de vino helada, la descorchó y sirvió dos vasos.
- Siéntese, tenemos tiempo- me dijo. Quise negarme, pero él levantó su vaso para brindar, y no quise ser descortés, tampoco tenía mucho sentido, ¿qué otra cosa tenía para hacer? Chocamos nuestros vasos, bebí un poco de vino, y me senté nuevamente en la banqueta. Eliseo Morán fue hasta la mesa y comenzó a limpiar el pescado.
- Sí, tenemos tiempo –repitió asintiendo con la cabeza, como dándose la razón. Luego me miró, y me dijo
- Y mientras se cocina el surubí, y nos terminamos esta botella de vino, yo le voy a contar una historia.
Levanté mi vaso, lo sostuve unos segundos en el aire, bebí unos sorbos, y lo dejé nuevamente en la barra; acomodé mi cuerpo sobre la banqueta, apoyé mi cabeza sobre mis puños, y me dispuse a escuchar la historia de Eliseo Morán. Algo me decía que no iba a arrepentirme.