Me tomé unos pocos días para descansar, dejar mi departamento en orden, y empacar unas pocas cosas, pero ya la noche del viernes siguiente me encontró despidiéndome de mis amigos en Viena.

_ En tres semanas está por acá de nuevo –bromeó el Dandy cuando le dejé las llaves de mi departamento y le encomendé el cuidado de mi gato.

Nadie preguntó por qué, a dónde o cuándo regresaría; todos sabían que esa era, quizás, la mejor forma de despedirme.

Cuando Esperanza dijo que invitaba una ronda de tragos, la mesa estalló en una carcajada general que aturdió al público en el salón. En seguida, y antes de que las risas se apagaran, el Negro comenzó una serie de chistes delirantes, que acaparó la atención de todos por un buen rato; luego sería premiado con un largo aplauso cuando cerró su acto con el cuento del ingeniero.

A lo largo de esa noche, conversé unos minutos con cada uno de mis amigos, recibí consejos, buenos deseos, y sólo debí rechazar el treintaiocho largo que generosamente el Dandy me ofreció

_ Te agradezco, pero no voy a necesitarlo –le dije.

_ Nunca se sabe… –me respondió, mientras escondía el fierro bajo su saco de lino.

Cuando el Zurdo comenzó a contar la noche en que conoció a las hermanas Pons en El Nacional, aproveché el momento de distracción general para irme en silencio.

Con el bolso en la mano, salí a la calle y tomé un taxi hasta Retiro. Estaba contento, y también algo ansioso. Me sentía nuevamente en movimiento, con un horizonte abierto, con ilusiones y, otra vez con un corazón dispuesto a todo.

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FIN

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Al llegar a Viena, Cortázar nos estaba esperando en la vereda, fumando un cigarrillo, apoyado contra una columna de luz. Me pareció que era la primera vez que lo veía a Cortázar en la vereda de Viena. Entró al bar antes de que nos bajáramos del auto, de modo que cuando cruzamos la puerta, ya estaba en nuestra mesa del fondo del salón junto a Moliné, Gatica y Esperanza.

_ Les dije que lo traeríamos de vuelta- soltó el Dandy orgulloso, mientras sacudía mi hombro con su mano.

_ Che, que no es un paquete- acotó Moliné, siempre correcto.

_ ¿No? –dudó el Negro, disparando algunas risas.

Me senté en la silla que me aguardaba, miré en rededor y dije:

_ Gracias – el Zurdo me guinó un ojo, alguien me palmeó en la nuca, el Dandy dijo:

_ Pero que sos boludo, eh… -mientras Cortázar comenzaba a servir las copas.

- En serio, gracias –repetí.

Y después sí, comencé a llorar.

No sabía si lloraba de alegría, o de emoción, si lloraba sólo para descargarme, pero con el correr de las lágrimas, me iba sintiendo mejor.

Finalmente me sequé la cara con la manga de la camisa, me puse de pie, y levanté mi copa. El brindis fue corto:

_ Salud! –dije, antes de que chocaran las copas.

Como era de esperar, pronto comenzaron las anécdotas, las preguntas cruzadas, la construcción de la historia, la hermosa deformación de lo ocurrido.

A mi me intrigaba saber una sola cosa:

_ ¿Cómo supieron que estaba en lo de la Cabra? –pregunté. Hubo un silencio, y en seguida el Zurdo se reacomodó en su silla y se preparó para hablar.

_ Nos avisaron –dijo primero, quizás esperando que esa fuera una respuesta suficiente, o tal vez, para ganar algo de tiempo y pensar la mejor manera de decir lo que tenía que decirme

_ Quién? Quién les aviso? –pregunté

_ El Buick –respondió secamente el Zurdo- el Buick me avisó ayer.

Mi cara de desconcierto evitó que tuviera que preguntar cómo carajos sabía el Buick de mi encuentro con la Cabra.

_ Hay algo que no sabés, Martín –comenzó a decir el Zurdo- antes de que vos la conocieras, el Buick era la mujer de Dmitry.-el silencio en la mesa fue total, el Zurdo hizo una pausa para que yo asimilara la novedad, y luego continuó su relato diciendo:

_ Después se pelearon, y vos apareciste en escena. A mi me llegó que él quiso volver en esa época, y que ella le echó flit; al parecer estaba enganchada con vos, Nene.

_ Ese es mi pollo –mumuró el Dandy, que bajó los ojos cuando el Zurdo lo miró severamente

_ Te decía, ella estaba muy metida con vos, por eso cuando desapareciste sin decirle nada…

_ La cagaste –completó el Dandy.

_ Vas a hablar vos o yo? –le recriminó el Zurdo al Dandy.

_ Al tiempo que te fuiste, el Buick volvió con Dmitry. Posiblemente Dmitry ya te había cobrado bronca a vos por ese entrevero, así también debe haberse enterado de tu desaparición. Después de lo de La Plata, vio que culpándote a vos mataba dos pájaros de un tiro: tapaba su error, y de paso se desquitaba con vos.

_ Hijo de puta –murmuró Joaquín, con la cara llena de asombro. El Zurdo asintió, compartiendo el comentario de Joaquín, y continuó diciendo:

_ De alguna manera, el Buick se enteró del plan de Dmitry y la Cabra, y por suerte, decidió avisarme. Yo hacia tiempo que sospechaba que esto iba a pasar tarde o temprano. Un amigo de la poli me pasó el dato del expediente, y entre todos planeamos el trabajo. Creímos que lo mejor era no decirte nada, no pensamos que te ibas a meter sólo en la boca del lobo.

_ ¡Qué bien que se portó el Buick, che! –exclamó Moliné

_ Sí. Para ser justos, estás acá en primer lugar gracias a ella –concluyo el Zurdo.

_ Yo no se qué le ven las minas a este mequetrefe –comentó el Dandy conteniendo la risa.

Alguien llenó nuevamente las copas, y una nueva serie de brindis comenzó -y continuó- hasta bien entrado el día.

Joaquín me llevó más tarde en su bala plateada hasta la puerta de mi edificio, al bajar me dijo:

_ Esta pudo haber salido mal, no? –lo miré y asentí.

_ A buen fin no hay mal principio, Martín –me recordó- además, vos sabés bien que lo importante, es vivir para contarla.

Sonreí, me despedí, cerré la puerta del auto y caminé hasta la puerta de entrada de mi edificio.

_ Vivir para contarla -me dije.

Durante los minutos que siguieron creí que estaba muerto, y que las voces que todavía escuchaba se debían a que mi partida se había demorado; quizás la muerte no fuera algo súbito después de todo.

_ Sentate allá, rusito –escuché. Después, sentí que dos brazos se cruzaban por debajo de mis hombros, y me levantaban para depositarme enseguida en la silla ubicada contra la pared. Luego, unos dedos presionaron levemente mi cuello, buscando mi pulso.

_ ¿Estás bien, Martín? –escuché, antes de que una mano me cacheteara la cara.

_ Dale, Nene, reaccioná –dijo el Zurdo, impaciente. Entonces yo abrí los ojos.

En frente de mí, la Cabra contemplaba la escena en silencio y con los brazos en alto. A mi izquierda, el Zurdo empuñaba el revólver cromado; parado junto al Zurdo, el Dandy apuntaba con su treintaiocho largo a Dmitry, que estaba ahora sentado en una mesa vecina a unos pocos metros de distancia.

_ Vinimos a aclarar esto de una vez por todas –le habló el Zurdo a la Cabra, y arrojó sobre la mesa una carpeta de cartulina amarilla, rotulada con una fecha, un número, y con varias hojas en su interior.

La Cabra miró la carpeta con desconcierto, y luego hizo un gesto con su cabeza, anunciando que iba a bajar los brazos para investigar el contenido de la carpeta.

Yo pasé mi mano por mi cuello dolorido, y quise saludarlos al Zurdo y al Dandy, pero al intentar hablar un dolor agudo en la garganta me detuvo.

_ Es el expediente de la Bonaerense, la investigación interna que realizaron sobre el trabajo que hicimos nosotros en La Plata –aclaró el Zurdo- lo robamos ayer de la central de la poli en La Plata.

_ Con razón… –me dije- esa ausencia masiva en Viena… estaban todos ocupados en este asunto!

_ Quieto! –le ordenó el Dandy a Dmitry, interrumpiendo a la Cabra, que quitó su mirada de las hojas por un segundo, para retomar enseguida su lectura.

_ Ahí está clarito –continuó el Zurdo- no hubo un preaviso a la policía.

La Cabra asintió sin apartar sus ojos de las hojas

_ Hubo un error al desactivar una alarma –detalló el Zurdo – una de las alarmas de las que debía encargarse Dmitry. La policia llegó enseguida porque se activó la alarma perimetral, Cabra. Toda esta historia la armó este hijo de puta para cubrir su error –concluyó el Zurdo.

La Cabra terminó de leer la última hoja y después cerró la carpeta. Me miró en silencio por unos segundos, y entendí que se estaba disculpando a su modo.

_ Está claro –dijo la Cabra.

El Zurdo apoyó el revolver sobre la mesa, y luego lo deslizó hasta donde estaba la Cabra. La Cabra empuñó el revólver cromado, lo miró al Zurdo, me miró a mi, y dijo:

_ Lamento lo sucedido. Yo me encargo de acá en más.

El Zurdo se puso de pie, y luego me ayudó a incorporarme, le hizo una seña al Dandy, y los tres comenzamos a caminar hacia la salida del salón. Antes de cruzar las pesadas cortinas, vi a la Cabra de pie, apuntando su revólver a la cabeza de Dmitry.

_ Salgamos de acá –murmuró el Dandy.

Al traspasar la puerta, apoyado sobre la pared del fondo del bar que da a la calle, esperaba el Negro Avellaneda, que me recibió con un abrazo. Escoltado por el Zurdo y el Negro, salí a la calle y miré hacia el cielo.

_ Ni se te ocurra llorar, putazo –soltó el Dandy.

Frente a la puerta del bar, Joaquín esperaba ansioso, sentado al volante de.la bala plateada.

Entramos al auto, y antes de cerrar las puertas Joaquín arrancó ruidosamente el auto, para emprender, volando, el camino hasta Viena.

Al verlo entrar a Dmitry en el salón, supe que yo no saldría vivo de ese encuentro, y que ese era el fin. Pensé que había muchas cosas que había dejado sin hacer, y antes de que la mirada tensa de la Cabra me devolviera al presente, la recordé a ella por última vez.

_ Me hubiera gustado terminar de otra manera -me dije.

Dmitry era una montaña, un ser inmenso con los ojos claros y la frente llena de surcos. Al sentarse y apoyar sus brazos sobre la mesa, los muebles crujieron bajo su peso; la Cabra debió correr su silla hacia la izquierda para que hubiera algo de espacio libre entre ellos dos; luego arrastró su vaso y el revolver hasta la pared, despejando así el la porción de mesa que separaba a Dmitry de mí.

Dmitri juntó las palmas de sus manos y entrelazó sus dedos, como si estuviera a punto de rezar. Sus ojos celestes me miraban severamente, ignorando en todo momento a la Cabra.

_ Yo soy Dmitry- dijo con una voz tremenda- ¿vos sos Martín?

No pude contestarle, sólo logré asentir con un movimiento de cabeza casi imperceptible.

_ Bien, hace mucho que espero este encuentro. El asunto ese de La Plata me salió muy caro, ¿sabés? No sólo porque perdí mucha guita, sino porque casi me la dan… -dijo con rencor.

_ Lo sé –interrumpí- a mis amigos les pasó lo mismo –contesté desafiante.

_ Tus amigos me importan un carajo –masculló Dmitry, poniendo las cosas en claro.

_ Lo sé –repliqué. Dmitry cerró sus ojos y respiró profundamente, probablemente conteniendo sus ganas de golpearme.

Miré hacia un lado, buscando los ojos de la Cabra, sólo con la intención de hacer algo de tiempo, pero Dmitry abortó rápidamente mi maniobra

_ No lo mires a él, el asunto es conmigo – dijo, señalándose el pecho con el gordo pulgar de su mano derecha .

_ Sin embargo a mi me citó él…- le objeté

El puñetazo de Dmitry sobre la mesa retumbó en todo el salón

_ Dejá de hacerte el pelotudo, Martín. Yo te estoy buscando hace tiempo, y hasta hoy siempre te las arreglaste para escaparte. Ahora también tus amigos desaparecieron:¿dónde está el Zurdo, eh? ¿y ese viejo choto del Dandy? ¿y Moliné? ¿dónde están, eh, dónde están? Hace semanas que esas mierdas se las tomaron, te dejaron sólo, ¿no ves? Todos ustedes son unas ratas de cuarta.

Dmitry apoyó las palmas de sus enormes manos sobre la mesa, y yo presentí que el fin se acercaba.

_ Terminemos esto de una vez –gritó Dmitry enfurecido- vos fuiste quien nos batió con la cana, Martín!

_ No –rechacé. Dmitry dio entonces un nuevo puñetazo sobre la mesa

_ Sí! Vos fuiste, pedazo de porquería, vos nos entregaste con la policía y después desapareciste. Cuando te enteraste que habíamos escapado, regresaste para tratar de arreglarla.

_ No -repliqué

_ Sos una rata –me dijo con los ojos llenos de furia- un cobarde inmundo. Yo sé que en los días previos al golpe a vos te estaban siguiendo, me lo confirmó Expedition Al ¿o miento? A ver, decime que miento –me dijo Dmitry desafiante.

Callé. Fue en ese único instante en que la Cabra me dirigió una fugaz mirada; íntimamente pensé que quizás él sí creía en mi inocencia. Aun asi callé. No bajé mi mirada, pero no pude contradecir eso: en ese momento, lo único que me sostenía era el convencimiento que me daba saber que estaba diciendo la verdad. Hasta ese momento había creido que era el otro Martín quién me había seguido ese día, pero, ¿y si no hubiese sido asi?

_ Fue asi ¿no? Te descuidaste, te siguieron, y finalmente te agarraron de las bolas hasta que no te quedó otra opción más que hablar.

_ No –repetí.

_ ¿No? ¿y por qué desapareciste después de eso?

Entendí que nada de lo que dijera podría ya cambiar mi situación, entonces contesté con la verdad

_ Me fui para volver a ser quién fui, para dejar atrás a toda esta basura, para no tener que tratar nunca más con gente como vos! –grité descontrolado.

La mano de Dmitry llegó a mi garganta como una flecha. Sus dedos de acero comenzaron a apretarme lenta pero sostenidamente.

_ Confesalo –dijo.

Sentí que mis ojos se inflaban, y un latido ensordecedor en mi sien. Ya no podía respirar. Dmitry apretó presionó todavía más mi cuello, diciendo:

_ Decilo, mierda.

Ya no podía ver con claridad la cara a Dmitry, con las últimas fuerzas que me quedaban, alcancé a balbucear.

_ No…

Lo último que escuché fue a una voz que conocía diciendo:

_ Soltalo, rusito.

_ Soltalo, o te vuelo la tapa de los sesos en este instante.

Giré muy despacio con los brazos en alto, hasta quedar –nuevamente- enfrentado con la Cabra. Su cuerpo estaba echado hacia atrás, los codos apoyados sobre la mesa, y con sus dos manos empuñaba un revolver cromado, de caño corto; me sorprendió darme cuenta de que no tenía miedo todavía.

Me señaló una silla con el revólver y me dijo

_ Sentate ahí.

Yo obedecí. Me eché lentamente sobre la silla, estiré mis piernas, crucé mis brazos, y clavé mi mirada en los ojos de la Cabra.

_ Detesto haber tenido que llegar a esta situación, Martín, créeme.- soltó entre dientes, luego apoyó el revolver sobre la mesa y lo cubrió con su mano derecha; con la izquierda, tomó su cigarrillo y le dio una larga pitada.

_ El error fue mío por no haberte hecho entender lo importante que era para mi saber porqué salió mal el trabajo de La Plata.

_ Veo –acoté con sarcasmo, señalándole con mi mentón la mano que apoyada sobre la mesa, ocultaba el revólver.

La Cabra llevó su mirada hacia el costado para consultar el reloj de la pared: la aguja que marca los minutos continuaba en el mismo lujar, pero no estaba inmóvil: observándola con detenimiento, podía notarse que un ligero temblor la recorría, como si algo la trabara y estuviera haciendo un esfuerzo inmenso por retomar su marcha.

Los ojos de la Cabra volvieron a la mesa,

_ No puedo parar esto mucho más –advirtió con pesar.

Se reacomodó sobre su silla, y me dijo:

_ Meses atrás, el Zurdo vino a verme, buscando a alguien que pudiera reemplazar a Expedition Al en el trabajo de La Plata; los motivos de esta deserción nunca quedaron claros, pero muchos creen que estuvieron relacionados de alguna manera con tu desaparici´n. Como fuera, el pedido del Zurdo era para mí una oportunidad perfecta para devolverle a Dmitry un favor que le debía hacia mucho tiempo; así fue como Dmitry pasó a ser parte del equipo.

Allí la Cabra hizo un pausa, y me miró por unos segundos, como verificando que entendía lo que me estaba contando.

_ Luego, cuando el trabajo salió mal, Dmitry vino a buscarme, a pedirme explicaciones. Aguante su furia, y le prometí que averiguaría lo que había pasado; después de todo, yo lo había metido a él en ese asunto.

Yo asentí, la piezas comenzaban a encajar, y lentamente la historia parecía cobrar sentido.

_ Vos sabés que no se jode con Dmitry, no?

Asentí nuevamente.

_ Yo hice mis averiguaciones, Martín, las hice, si. Las personas que encontré que saben de vos, es porque te relacionan de alguna manera con el Zurdo. Sólo alguien que conoce un poco mejor me dijo que eras muy buen tipo, pero que siempre hacías lo que querías.

_ Dmitry cree que vos fuiste quién los entregó, ya te lo deben haber contado tus amigos. Lo cierto es que vos despareciste Martín, así, de un día para otro, en medio de un trabajo, sin dar explicaciones… Es muy raro, admití que es, al menos, sospechoso…

Lo miré callado, y no le contesté. Supe que estaba fregado: la Cabra iba a entregarme a Dmitry.

_ Yo no puedo estar más en el medio de esto –dijo la Cabra, moviendo su cabeza de lado a lado- tenés que arreglártelas vos sólo, Martín, y ahora.

Seguí la mirada de la Cabra hacia la pared: en el reloj, la aguja del minutero había comenzado a correr.

Volví a mirar a la Cabra

_ Lo siento –me dijo.

En ese momento, Dmitry ingresó en el salón, y se dirigió a nuestra mesa.