A media mañana, Joaquín pasa a buscarme por mi departamento, y cuando bajo y abro la puerta de calle me encuentro con que ha cambiado -nuevamente- su auto: me espera sonriente en un Mitsubishi impecable con forma de bala plateada. Lo felicito, me ajusto el cinturón de seguridad ya dispuesto a comenzar el viaje, y noto que me mira con algo de reproche.
- Andá a cambiarte - me dice. Yo reviso mi ropa, y lo miro después a él, que me observa seriamente.
- ¿Qué tengo? -le pregunto, sin entender.
- Hoy comienza la Primavera, pelotudo, o no te enteraste, ¿y vos te venís todo vestido de negro? Dale, anda a cambiarte.
Hay un silencio breve, Joaquín mira hacia adelante como esperando que baje a cambiarme, espero unos segundos, y bajo a cambiarme de ropa.
Entro a mi departamento pensando en el vestuario, y mientras repaso mi placard comienzo a reírme: el planteo me parece absurdo, pero extrañamente sano. Las personas que registran ese tipo de cuestiones siempre me enriquecen, son una influencia positiva, y en esas ocasiones, mi risa es de alegría, de una alegría absolutamente infantil, causada por el descubrimiento de algo que mejora el presente.
Cuando regreso, abro la puerta del auto y veo como la cabeza de Joaquín se asoma, recorre mi vestimenta y dice:
- Así está mucho mejor. Dale, vamos - y unos minutos después estamos volando por Libertador rumbo a la quinta del Zurdo.
Cuando llegamos, nos recibe Susana, la mujer del Zurdo, que me abraza y me dice:
- Nene, querido, ¿cómo estas?
- No le digas Nene -acota el Zurdo inútilmente. Susana me dice Nene, y a mi me gusta que me llame así, aunque nunca vaya a admitirlo.
Cerca de la parrilla, el Negro Avellanada discute con Gatica sobre el punto de cocción de las achuras, mientras Moliné y Esperanza disfrutan de un vino sentados al sol. Hay una larga mesa ubicada en el centro del jardín, sillas, un equipo de música sonando, y una mezcla de humo y olor a carne asada que es una maravilla.
El Zurdo se acerca con un vaso de vino, brindamos, y pasa su brazo por detrás de mi espalda y lo apoya sobre mi hombro. Nos quedamos callados mirando como Gatica y el Negro continúan discutiendo.
-Parecen novios -acota Joaquín, atento a la situación. Nos reímos, y brindamos los tres.
Susana se acerca con la foto de la hija de una amiga, y me pregunta que me parece. Yo sonrio y niego con la cabeza, y con preocupación exagerada, me dice
- Pero Nene, te vas a quedar soltero así...
- Puede que sí - respondo -pero puede que no - agrego. Me mira, y acaricia mi mejilla con un gesto maternal, y luego regresa a la casa.
Las risas de Esperanza sobrevuelan el jardín, ya está ebrio y habla a los gritos. Se lo ve contento. Moliné lo mira divertido y nos hace señas disimuladamente. El Negro se le acerca a Esperanza y le sirve más vino, y todos sonreímos mirando hacia abajo.
Nos sentamos a la mesa, mientras Gatica saca las achuras de la parrilla y las coloca prolijamente sobre una tabla de madera. Que buen asador es este hijo de puta.
Susana acerca otra botella de vino, servimos los vasos, brindamos, y con entusiasmo todos atacan sus platos. Yo me quedo unos segundos disfrutando de la escena y del momento, y me encuentro emocionado. Disimulo, clavo mi vista en la molleja y comienzo a comer.
Y yo iba a venir vestido de negro!, pienso. Me río de mi mismo, me averguenzo un poco también, y niego con la cabeza, azorado de lo desconectado que puede estar uno a veces.
Cuando levanto la vista, Joaquín me está mirando, levanta su vaso y me guiña un ojo. Alzo el mío, y brindamos en silencio por este presente, y por lo que viene.