Al verlo entrar a Dmitry en el salón, supe que yo no saldría vivo de ese encuentro, y que ese era el fin. Pensé que había muchas cosas que había dejado sin hacer, y antes de que la mirada tensa de la Cabra me devolviera al presente, la recordé a ella por última vez.

_ Me hubiera gustado terminar de otra manera -me dije.

Dmitry era una montaña, un ser inmenso con los ojos claros y la frente llena de surcos. Al sentarse y apoyar sus brazos sobre la mesa, los muebles crujieron bajo su peso; la Cabra debió correr su silla hacia la izquierda para que hubiera algo de espacio libre entre ellos dos; luego arrastró su vaso y el revolver hasta la pared, despejando así el la porción de mesa que separaba a Dmitry de mí.

Dmitri juntó las palmas de sus manos y entrelazó sus dedos, como si estuviera a punto de rezar. Sus ojos celestes me miraban severamente, ignorando en todo momento a la Cabra.

_ Yo soy Dmitry- dijo con una voz tremenda- ¿vos sos Martín?

No pude contestarle, sólo logré asentir con un movimiento de cabeza casi imperceptible.

_ Bien, hace mucho que espero este encuentro. El asunto ese de La Plata me salió muy caro, ¿sabés? No sólo porque perdí mucha guita, sino porque casi me la dan… -dijo con rencor.

_ Lo sé –interrumpí- a mis amigos les pasó lo mismo –contesté desafiante.

_ Tus amigos me importan un carajo –masculló Dmitry, poniendo las cosas en claro.

_ Lo sé –repliqué. Dmitry cerró sus ojos y respiró profundamente, probablemente conteniendo sus ganas de golpearme.

Miré hacia un lado, buscando los ojos de la Cabra, sólo con la intención de hacer algo de tiempo, pero Dmitry abortó rápidamente mi maniobra

_ No lo mires a él, el asunto es conmigo – dijo, señalándose el pecho con el gordo pulgar de su mano derecha .

_ Sin embargo a mi me citó él…- le objeté

El puñetazo de Dmitry sobre la mesa retumbó en todo el salón

_ Dejá de hacerte el pelotudo, Martín. Yo te estoy buscando hace tiempo, y hasta hoy siempre te las arreglaste para escaparte. Ahora también tus amigos desaparecieron:¿dónde está el Zurdo, eh? ¿y ese viejo choto del Dandy? ¿y Moliné? ¿dónde están, eh, dónde están? Hace semanas que esas mierdas se las tomaron, te dejaron sólo, ¿no ves? Todos ustedes son unas ratas de cuarta.

Dmitry apoyó las palmas de sus enormes manos sobre la mesa, y yo presentí que el fin se acercaba.

_ Terminemos esto de una vez –gritó Dmitry enfurecido- vos fuiste quien nos batió con la cana, Martín!

_ No –rechacé. Dmitry dio entonces un nuevo puñetazo sobre la mesa

_ Sí! Vos fuiste, pedazo de porquería, vos nos entregaste con la policía y después desapareciste. Cuando te enteraste que habíamos escapado, regresaste para tratar de arreglarla.

_ No -repliqué

_ Sos una rata –me dijo con los ojos llenos de furia- un cobarde inmundo. Yo sé que en los días previos al golpe a vos te estaban siguiendo, me lo confirmó Expedition Al ¿o miento? A ver, decime que miento –me dijo Dmitry desafiante.

Callé. Fue en ese único instante en que la Cabra me dirigió una fugaz mirada; íntimamente pensé que quizás él sí creía en mi inocencia. Aun asi callé. No bajé mi mirada, pero no pude contradecir eso: en ese momento, lo único que me sostenía era el convencimiento que me daba saber que estaba diciendo la verdad. Hasta ese momento había creido que era el otro Martín quién me había seguido ese día, pero, ¿y si no hubiese sido asi?

_ Fue asi ¿no? Te descuidaste, te siguieron, y finalmente te agarraron de las bolas hasta que no te quedó otra opción más que hablar.

_ No –repetí.

_ ¿No? ¿y por qué desapareciste después de eso?

Entendí que nada de lo que dijera podría ya cambiar mi situación, entonces contesté con la verdad

_ Me fui para volver a ser quién fui, para dejar atrás a toda esta basura, para no tener que tratar nunca más con gente como vos! –grité descontrolado.

La mano de Dmitry llegó a mi garganta como una flecha. Sus dedos de acero comenzaron a apretarme lenta pero sostenidamente.

_ Confesalo –dijo.

Sentí que mis ojos se inflaban, y un latido ensordecedor en mi sien. Ya no podía respirar. Dmitry apretó presionó todavía más mi cuello, diciendo:

_ Decilo, mierda.

Ya no podía ver con claridad la cara a Dmitry, con las últimas fuerzas que me quedaban, alcancé a balbucear.

_ No…

Lo último que escuché fue a una voz que conocía diciendo:

_ Soltalo, rusito.

_ Soltalo, o te vuelo la tapa de los sesos en este instante.