viernes 20 de marzo de 2009

Atravesé la entrada del Liceo entremezclado con un grupo de jóvenes distraídos, y pocos metros después de haber dejado atrás la garita de vigilancia, me separé de ellos para ir directo hacia el muelle. 
Sabía que el yatch del Dandy no era demasiado grande, y que llevaba "Bolivar" por nombre. Creí recordar en ese momento que así también había bautizado Byron a su barco; y me pregunté si habría algún otro punto de contacto entre Byron y el Dandy
Caminé lentamente por el muelle principal y por sus ramificaciones, deteniéndome cada tanto para mirar a mi alrededor, deseando encontrarme de pronto con la figura del Dandy recortada contra el cielo celeste. 
Pase un largo rato deambulando inútilmente, y antes de darme por vencido, recorrí nuevamente los caminos de madera que apenas lograban separar los barcos entre sí; finalmente me detuve en el extremo último del muelle y resignado, me senté y encendí un cigarrillo. Apoyé mi espalda contra un poste de madera, cerré los ojos, y dejé que el sol incendiara mi cara.
Me quedé pensando en el sobre de papel madera, y en esos versos de Auden; y de pronto me parecieron una advertencia, o el  recordatorio de una deuda pendiente. 
Si el Dandy no tenía nada que ver con esto, ¿qué parte me tocaba a mi en este asunto? ¿ a quién había herido yo, en ese caso? Sin mucho esfuerzo, se me ocurrieron tres o cuatro nombres; pero negando con la cabeza, descarté esta idea paranoica y me dije:
-¿Quién no ha lastimado a alguien alguna vez? - y entonces me puse de pie, tiré la colilla del cigarrillo al agua, y emprendí mi camino de regreso a tierra firme.
El sol estaba ya en lo alto del cielo y el viento soplaba con ganas, y ante ese panorama sospeché que el Dandy no regresaría sino hasta después de algunas horas.
Al salir del club saludé  al cadete que vigilaba la entrada, y comencé a caminar por la Costanera en dirección al sur.  
Las nubes corrían apuradas, y a su paso las aguas del río cambiaban de color. Me apoyé sobre el muro y me quedé mirando cómo un hombre encarnaba el  anzuelo de su caña de pescar; a su lado, sentada en una reposera de playa, su  mujer preparaba un mate; se los veía tranquilos y contentos. Recordé en ese momento la imagen de Eliseo Morán solo frente al río,  y noté que algunos necesitan muy poco para estar en paz;  y no pude evitar sentirme un poco estúpido.