Luego de muchos años de vivir sólo, es difícil evitar un sobresalto al escuchar el ruido de la llave en la cerradura de la puerta de entrada; así, aún sabiendo ésto -y siendo casi obvio que se trataba del Dandy- abrí los ojos resignado, y me pregunté que hora sería.
La puerta se abrió con violencia, chocando contra la pared lateral del departamento; escuché luego algunos pasos torpes, ruidos sordos de bultos cayendo sobre el piso, silencio, y finalmente un estrépito de sillas y muebles. Salté disparado de la cama, salí al pasillo y en tres saltos llegué al living. Allí, tirado al pie de la mesa, estaba desmayado el Dandy.
Con mucho esfuerzo logré levantarlo del piso y cargarlo hasta el cuarto. Estaba casi inconsciente, y sus ropas sucias y algo desgarradas, olían a sudor y a alcohol; tenía la frente lastimada, y la mano derecha hinchada como un globo.
Lo acosté en la cama, y cuando intenté aflojar el nudo de su corbata, tiró un manotazo al aire mientras balbuceaba:
-Salí, putazo.- inmediatamente después giró su cabeza hacia un costado, y se quedó dormido.
Tomé mi ropa y salí de la habitación. Fui hacia el living y me vestí, luego levanté las sillas, acomodé el teléfono sobre la mesa, y llevé hacia el lavadaero la valija y la caja que el Dandy había traído. Deduje que había tenido un encuentro con Marta, y que que no había salido bien.
Bajé a la calle y caminé hasta el quiosco, introduje unas monedas en el teléfono y disqué el número del departamento del Dandy. Luego de unos segundos Marta atendió, y pude notar su preocupación cuando reconoció mi voz.
- ¿Pasó algo, Martín? -preguntó con la voz cargada de angustia. Le mentí, y solo le dije que lo notaba mal al Dandy, y que quería saber que estaba pasando. Me contó que el día anterior se había reunido con el Dandy, y ella le había confirmado su decisión de separarse. Según su relato, él la escuchó callado, y cuando Marta terminó de hablar, él se puso de pie, fue hasta el cuarto, preparó una valija, y luego recorrió el departamento y fue guardando distintos objetos en una caja de cartón.
- Antes de irse -me continuó diciendo Marta- se dio media vuelta, me miró, tiró las llaves del departamento arriba de la mesa y se fue dejando la puerta abierta.- allí Marta detuvo su relato y ahogó un sollozo. Yo esperé unos segundos, y con desagrado, le pregunté:
- Hay otro, Marta, ¿no? ¿es eso? -algo en el tono de su voz y en la demora de su respuesta me impidieron creerle cuando me respondió
- No, Martín -e inmediatamente después agregó- Chau-y concluyó la comunicación.
Yo colgué el auricular y decidí ir a desayunar. En el camino me detuve en una librería y, a pesar de haberlo leído, compré un ejemplar de El Autor Intelectual, de Juan Martini, por estar de oferta a un precio que era ofensivo.
La mañana transcurrió entre medialunas, café con leche y las historias de Mario Barberi. Regresé a mi departamento cerca del mediodía, de buen humor y con la intención de despertar al Dandy y llevarlo a almorzar a la Costanera; pero al entrar a casa quedé descolocado al encontrarlo ya levantado.
Estaba sentado a la mesa del living, impecablemente vestido, afeitado, peinado y perfumado; y de no ser por un pequeño apósito que se había colocado en la frente, y por la venda que enfundaba su mano derecha, hubiese sido difícil reconocer en él, al hombre que había visto apenas algunas horas atrás despatarrado en el piso del living como un despojo humano.
Contestó mi saludo sin siquiera mirarme. Toda su atención estaba absorbida por la limpieza de su revolver: con movimientos lentos giraba la pieza, la examinaba a trasluz, introducía en el cargador o en el caño un cepillo largo y fino, luego volvía a examinarla, montaba las partes, y luego volvía a desmontarlas; así estuvo por varios minutos. Sobre la mesa había colocado un paño negro, un juego de cepillo, una franela y algunas balas. Yo lo observaba a cierta distancia, sentado en el sillón que da al ventanal, sintiendo que estaba a punto de suceder una tragedia.
Finalmente tomé coraje, y buscando un tono casual, le dije:
- Y Dandy? mejor?
Sus manos se detuvieron, me miró por unos segundos, y me contestó
-Estoy bien, gracias -e inmediatamente continuó con su tarea. Entendí que iba por mal camino, que él había decidido no decirme una palabra de su encuentro con Marta o algo acerca de su estado cuando llegó al departamento.
Decidí entonces probar con otro tema; aclaré disimuladamente mi garganta, y forzando una sonrisa, tiré
- Que, ¿la estás preparando por si se aparece el rusito? - y cuando terminé la frase sonreí mostrando mis dientes. Esta vez él no detuvo sus movimientos, y sólo me respondió:
-¿Ya te fueron con el cuento?
- Sí -dije, luego me puse serio, y agregué- y quería agradecerte, Dandy. En serio, gracias...
- No tenés nada que agradecer, Martín -replicó todavía sin mirarme- lo único que hice fue aclararle a ese Dmitry cómo son las cosas.
Asentí, y sólo para estar seguro le dije:
- Igual vos sabés que yo no fui el que habló, ¿no Dandy?
Al escuchar esas palabras, el Dandy apoyó el revólver sobre el paño negro, me miró con ojos fríos, y me contestó:
- Más te vale, Martín, porque te juro que si yo descubro que me mentiste en esta, no me va a temblar el pulso con vos.- entonces tomó su revolver y comenzó a examinarlo nuevamente. Y a continuación, agregó:
- Alguien que es capaz de traicionarte así, de cagarse en aquellos que lo quieren... alguien que te condena a vivir con un dolor así, Martín... -hizo una pausa, meneó su cabeza, y con los dientes apretados, sentenció- una porquería así no merece vivir, Martín.
Me quedé callado, mirándolo al Dandy, y me encontré de repente pensando en Marta, y en la sospecha del Zurdo y mía sobre los verdaderos motivos de su separación, y nuevamente me invadió el sentimiento de tragedia.
Fue el Dandy quién me rescató de estos pensamientos, quién quizás queriendo borrar el clima denso. me dijo:
- Igual quedate tranquilo, pichón, yo sé bien que no fuiste vos... -lo miré algo sorprendido por su repentino cambio de humor
-Dalé, cambiá esa cara, che. Y andá a ponerte una camisa decente, que te invito a almorzar a un lugar que conozco.
No pude evitar una sonrisa, resignado, me puse de pie y fui al cuarto a cambiarme la camisa.