En ese momento, frente a frente con
_ Necesito ganar tiempo –pensé: lo mejor que podía hacer era guardar silencio. Lo miré callado, como si no hubiese escuchado lo que me había dicho; me serví un poco más de whiskey, le di otra pitada a mi cigarrillo y giré un poco sobre mi asiento, para quedar sentado en dirección oblicua a la barra.
Terminé de fumar el cigarrillo y me reacomedé para quedar nuevamente enfrentado con
_ No sé de qué me estás hablando.
Tenía la cara recién lavada, y se notaba que había llorado. Llevaba el pelo suelto cayendo sobre sus hombros, marcando aun más el escote; tenía ahora tres botones libres en su camisa blanca almidonada.
_ ¿Interrumpo algo? –preguntó irónicamente, mientras encendía el cigarrillo que
_ Sí –contestó secamente
_ Ya me voy, quería que supieras que tu amigo me maltrato delante de todos, y encima me llamó maleducada. Preguntale a Julián si no me crees –dijo señalando al calvo con un movimiento de cabeza.
_ Tiene razón.
_ ¿Qué decís? –exclamó la pelirroja, escandalizada.
_ Que tiene razón. Sos una maleducada.
_ Y se me está terminando la paciencia con vos, Eva, así que tomatelas de acá.
Mientras la pelirroja se marchaba trágicamente, yo aproveché para recargar los vasos con más whiskey.
_ A esta le subieron el copete esos cuatro o cinco giles que se sientan ahí, cerca del piano, y que se babean mirándola cantar –dijo
_ Mirá, Martín, el tema es así. Yo puedo ayudarte a encontrar a ese doble tuyo; no tengo problemas. Por lo que me contaste, el tipo te está haciendo la vida puta, así que te entiendo.
La pausa que sobrevino indicaba el turno de la mala noticia.
_ ¿Pero? – anticipé.
_ No puedo ayudarte a desaparecer, Martín; no mientras tengas asuntos pendientes por acá, ¿me seguís?
Procuré no pestañear y mostrarme inmutable, con cara de piedra.
_ Ok –repliqué, como si su rechazo parcial no me importara; sólo para confirmar le pregunté- ¿vas a encontrar al otro Martín entonces?
_ Dalo por hecho –asintió
La pelirroja volvió a interrumpirnos, sólo que esta vez lo hizo sentada al piano y con la melodía de “Cuesta Abajo”; me puse de pie de inmediato, ni loco me quedaba a fumarme ese tango.
Extendí mi brazo y estreché la mano de
_ Haceme un favor: aclara ese tema, Martín. Cerralo de una vez – dijo en voz baja
Yo solté su mano, di media vuelta, y busqué apurado el camino de salida, intentando escapar a tiempo del comienzo de la segunda estrofa:
Era, para mí, la vida entera,
como un sol de primavera,
mi esperanza y mi pasión
Cruce las cortinas masticando bronca. Abrí la pesada puerta y entré en el salón que daba a la calle; seis o siete personas que desayunaban en silencio me miraron como a un espectro. Sí, tenía que atar ese cabo suelto. Me molestaba saber que él tenía razón; me jodía, también, que me lo hubiera dicho; pero lo que me desquiciaba, era que él estuviera al tanto de todo ese asunto, y ese halo de sospecha que me rodeaba inmerecidamente.
Nos acomodamos en silencio en la mesa, e inmediatamente
_ A ver, contame…
_ Por dónde empezar –balbuceé con una sonrisa nerviosa.
_ Comienza por el principio, y sigue hasta que llegues al final; entonces, detente –dijo en tono teatral.
Reí,
_ Carroll –le dije.
_ Sí, Carroll –asintió
Esa introducción había borrado mi nerviosismo, y me sentí listo para explicarle mi pedido; me detuve unos segundos, sólo para esperar a que el calvo dejara los vasos y la botella sobre la mesa y entonces, hablé.
_ En fin –dije, queriendo ya ir al grano- necesito tu ayuda para dos cosas, Cabra…
_ Necesito encontrar al otro Martín.
Hice una pausa, y continué:
_ Y después… desaparecer. Quiero desaparecer – concluí.
No quise mirar su cara en ese instante, preferí servir mi vaso de la botella, y encender un cigarrillo. Pasados unos segundos, mis ojos volvieron a la cara de
Esperé todo lo que pude, hasta que finalmente le pregunté:
_ ¿Y? ¿podes ayudarme? –
_ No sé, Martín, no lo sé todavía – hizo un movimiento con su cabeza, y trató de explicarse - esto es como el psicólogo ¿viste? Puedo ayudarte si me contás todo; y creo que vos no me estás contando todo, Martín…
La mirada de
Un hilo helado recorría mi espalda; por supuesto que había hablado en cuentagotas, lo mínimo indispensable para darle coherencia a mi historia –y a mi pedido-. Hice un esfuerzo por escaparme:
_ No te entiendo –le contesté con mirada perpleja- pero decime, a ver ¿qué necesitarías saber?
Advertí en su cara un gesto de desagrado casi imperceptible; su lengua se asomó y recorrió rápidamente el labio inferior, como una víbora furiosa. Decidido a mostrarme a que se refería, con algo de sarcasmo, y mirándome a los ojos, preguntó:
_ El temita este de
Me quedé helado, me sentía desnudo, al descubierto, completamente vulnerable. Entendí que había cometido un grave error, que ignorando los consejos del Zurdo, lo había subestimado.
_¿Cuándo se me ocurrió a mi, que podía pasarlo a
Guardé silencio, e intenté no quebrarme. Tenía dos opciones: confiar en él, y contarle todo; o mandarlo a la puta madre que lo remil parió.