A pesar de saber lo patética que era mi situación, cerré la puerta del departamento de Juan conteniendo la risa.
_ No puedo más, Martín, me tenés harto -dijo a modo de resumen, luego de la pausa que precedió a su largo soliloquio.
Sí, finalmente había logrado sacar de las casillas a mi analista. Todo un record, sin dudas; de enterarse la mesa chica de Viena de esta nueva marca personal, sería el objetivo de sus burlas y comentarios por un largo tiempo.
El motivo de la exasperación de Juan, fue el surgimiento de un nuevo tema, en este caso, mi supuesta falta de determinación.
_ No, Martín, pará un poquito ¿otra vez necesitas revelar un nuevo misterio antes de actuar?
Ese fue la primera línea, la primer arcada, segundos después vomitó sobre mi el resto de su discurso, su frustración y su enojo acumulados.
Nos quedamos en silencio unos minutos, Juan me miraba con sus ojos bien abiertos, vacíos de respuestas, negando con su cabeza la existencia de una alternativa a esta situación; habíamos llegado a un punto sin retorno.
Nos pusimos de pie, dimos dos pasos y nos encontramos sobre la alfombra verde que tanto me gusta y sobre la cual bailaron mis pensamientos y mis recuerdos. Extendió su brazo y nos dimos un apretón de manos. Sus ojos estaban tristes.
_ Hacé de una vez lo que tengas que hacer, Martín -dijo.
Di media vuelta, y emprendí mi salida.
Ya no me quedaba nadie más a quién acudir.
La presión me estaba enloqueciendo, cuando pude entenderlo y luego aceptarlo, decidí seguir la receta que en ocasiones anteriores me había dado resultado: busqué refugio en las cosas que sabía con certeza que me hacían bien: visitar algunos de los rincones de la ciudad, charlar con algún barman, escuchar música, jugar al billar; olvidarme del tiempo.
Fue mientras que revisaba unos cajones que encontré una vieja libreta mía. La tomé con curiosidad, tímidamente, como si no me perteneciera, me senté en la cama y comencé a recorrer las páginas.
Noté que mi letra, la caligrafía, era distinta, y no quise en ese momento saber si me gustaba más que la actual. Había muy poco escrito, apenas un par de hojas; la última entrada decía:
"El mecanismo de mi memoria es extraño: me cuesta mucho recordar fechas, nombres, y otros detalles del pasado; pero en cambio, si me es fácil por ejemplo, ubicar un hecho dentro de determinada etapa de mi vida. Generalmente el proceso no se detiene allí, como si la memoria tuviera deseos de vivir, otro recuerdo surge y se asocia al anterior, casi en simultáneo, llueven otras cosas que ocurrieron también por ese entonces, y así, lentamente, voy hilando los recuerdos hasta que logro recuperar los sentimientos con los que conviví en ese momento, en esa época.
Ese tamiz temporal es muy simple, tiene muy pocas opciones para ubicar un recuerdo: tres sucesos determinan las etapas de mi vida, tres eventos determinantes -aunque es probable que haya algún otro que se me esté escapando, de ser así, se debe a que no lo he identificado como tal aún- que consecutivamente mutaron mi realidad, y que forjaron los sucesivos hombres que habitaron en mi.
En ese recorrido sinuoso, más de una vez estuve a punto de desbarrancarme, y ahora veo que logré esquivar el abismo, en parte, gracias a una enorme cuota de suerte. Así es, la rueda de la Diosa Fortuna siempre se detuvo cuando estaba a punto de aplastarme la cabeza, para retroceder y darme la chance de recuperarme, y de huir, hasta nuestro próximo encuentro. Y tras haberme cansado de maldecirla en un momento, y haber dirigido entonces mi furia y mis puteadas contra cuanto Dios y santo pudiera nombrar, con sorpresa, increíblemente, me encuentro ahora creyendo que, después de todo, he sido un hombre afortunado.
Como en el poker, lo importante es tener a la suerte de nuestro lado en el instante decisivo, cuando están todas las fichas sobre la mesa; que llegue entonces esa ayuda extra, inesperada por todos, improbable, que se necesita para vencer y continuar sobreviviendo."
El texto me resultaba ajeno, quizás había sido escrito en trance, durante mi periodo de sonambulismo; como fuera que haya sido, no recordaba haberlo escrito; tampoco esa teoría sobre las etapas de mi vida; y definitivamente, en modo alguno me sentía un hombre afortunado en ese momento, eso estaba claro. Pero a pesar de estas contradicciones, leer esas líneas me hizo bien; me recordaron que de una manera u otra, me las había ingeniado para atravesar otros tiempos difíciles.
Sentí que en esta ocasión lo me estaba faltando era determinación, no estaba acompañando mis actos con la actitud apropiada a la importancia que tenían; como diría el poeta, me estaba faltando un corazón dispuesto a todo.
Sentado en la cama, cerré la libreta y la dejé a mi lado. Supe que necesitaba encontrar un disparador, algo que me sacudiera y que me ayudara a hacer ese cambio interno.
_ Sentado acá en la cama no lo vas a encontrar -me dije.
Me puse de pie, tome un abrigo, y salí a la calle en dirección a la casa de Juan.