Como en aquella primera noche, salimos del Seddon y caminamos bajo la lluvia, lentamente, sin tomarnos de la mano; cada tres o cuatro pasos nos mirábamos a los ojos y sonreíamos en silencio, tóntamente. Las calles, la noche, todo era una réplica perfecta; sólo nosotros habíamos cambiado. 
La escena original se repitió de principio a fin: al pasar por el puesto de diarios, yo me detuve y la rodeé con mis brazos,  ella escondió su mirada en su pecho, yo llevé mi mano hasta su mentón para poder ver sus ojos, y cuando nuestras miradas se encontraron, la besé. 
Luego, en esta nueva versión, con una voz chiquita y temerosa, ella dijo:
- Así fue como empezó todo,  Martín. Depende de nosotros que no termine de la misma manera.
No alcancé a contestarle, de repente su imagen comenzó a deshacerse, la claridad interrumpió en la noche, y otras voces se mezclaron con sus palabras; supe entonces que me estaba despertando y que ese sueño maravilloso agonizaba.
Abrí los ojos, fuera de la habitación se escuchaba un gran movimiento de gente.
-Los preparativos -pensé. Imaginé la escena en el resto de la casa, y el presente inundó la habitación llevándome lejos de ella.
Me incorporé en la cama, y vi sobre la silla un juego de toallas, y una camisa planchada  junto a mis pantalones. El reloj marcaba el mediodía. Me puse de pie, tomé las cosas de arriba de la silla, salí de la habitación y con tres pasos rápidos ingresé en el baño a darme una ducha.
Al salir al jardín supe que estaban todos. En el fondo, Gatica dominaba la parrilla, y respondía con la cabeza una pregunta que seguramente le había hecho Esperanza, quién, vaso en mano, caminaba en círculos en torno a él, como si fuera un juez de box, siguiendo atentamente sus movimientos. Sentados cerca de la cabecera de la larga mesa, el negro Avellaneda, Joaquín, Moliné y el Zurdo conversaban un truco. Hacia la izquierda, a la sombra del tilo, el Dandy y Mecha Corta bebían y reían mientras escuchaban atentamente el relato de Cortázar.  Detrás de mí, un alboroto se filtraba desde el interior de la casa, y por sobre ese barullo, podía reconocer la voz de Susana dando indicaciones al grupo  de esposas, novias, amigas y sobrinas, ocupadas en la preparación de las ensaladas y en la cuenta de cubiertos, platos y fuentes.
Afortunadamente, o tal vez en forma premeditada, cuando salí de la casa y comencé a caminar por el jardín, sólo hubo saludos discretos, palmadas en la espalda, y alguna referencia a mi cara dormido y mi supuesta habilidad para llegar a los asados en el momento en que se está por empezar a comer.
Cuando por fin todos estuvimos sentados a la mesa, Gatica y Moliné comenzaron a servir las achuras, el Zurdo se encargó de descorchar las botellas de vino y de llenar los vasos, y las fuentes con ensalada recorrieron  la mesa, cambiando de mano en mano. Los festejos por el último día del año habían comenzado, y estábamos listos y bien predispuestos para que el nuevo año llegara de a poco, y nos encontrase alegres, despreocupados, y juntos.
El almuerzo se prolongó tanto que cuando oscureció, ya nadie pensaba en la cena, sino sólo en tener una copa y algunas uvas a mano para el brindis de la medianoche.
De niño, cada vez que se iniciaban las clases y comenzaba a escribir en los cuadernos a estrenar, lo hacía con esmero, cuidando la caligrafía, dominado por la firme intención de ser prolijo. Con el correr de los días -y el paso de las hojas-   ese cuidado iba desapareciendo, y mi personalidad desordenada terminaba imponiéndose. 
Cuando la adolescencia fue quedando atrás,  la determinación - la súbita necesidad- de hacer buena letra comenzó a abordarme durante los últimos días del año, y siempre el Año Nuevo me encontraba formulando promesas de cambio que, con la mejor de las suertes, apenas sobrevivirían a Febrero.
Mientras el Zurdo caminaba entre la gente con una botella de champagne en la mano y algunas copas en la otra, chequeando que ningún distraído demorará un segundo la celebración del Nuevo Año, recordé mi último sueño, y supe bien cuál era mi deseo para este año, y para los que le siguen. Me alegró comprobar que mis días fuera de Buenos Aires habían respondido ya a esa necesidad íntima y esencial de cambiar mi realidad,  de recuperar la felicidad y el modo de vivir la vida que había tenido en el pasado, desde la primera versión de la noche del sueño con ella, hasta su desaparición. 
- Sí -me dije- eso es lo que quiero.
El Zurdo se acercó, y levantó un poco su brazo izquierdo para dejar ver su reloj: faltaban pocos minutos para las doce. Todos estábamos ya parados y con las copas listas. A lo lejos, comenzó a escucharse una sirena y algunas detonaciones. Luego el cielo se iluminó y los festejos estallaron a mi alrededor. Choqué mi copa, y me empapé de afecto y de buenos deseos. Disfruté del momento sabiendo que mi regreso era pasajero, y que mi estadía se prolongaría sólo lo necesario como para poder resolver los asuntos pendientes e irme luego en paz. 
Esos eran mis últimos pasos sobre los escenarios del pasado.

9 bonus tracks:

Flowers dijo...

¡Bien! Buenísimo que haya un nuevo relato. Loon, no dejes pasar tanto tiempo para el próximo, te lo pido por favor.

agustín dijo...

fijate, viste. vos sabrás. matador.


a.

Anónimo dijo...

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ BUENÍSIMO !!!!!!!!!!!


Sinceramente,

n.,

n., dijo...

Sepa disculpar mi emoción, Sr. Autor, pero esa última oración... pff... ¡digno de sus típicos finales de cirujano!

n., dijo...

Leerte, mientras cae la lluvia, es fantástico.

Loon dijo...

Me alegro que hay gustado. El final lo debo al joven Kco.

Flowers dijo...

Queremos más y lo queremos pronto...

Kco dijo...

viciosa...

Flowers dijo...

je,

glotona queda mejor...

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